VOLUMEN I
Lord Adkins observa el tabardo de Ventormenta en silencio. Los criados lo han dejado preparado, bien limpio. Hacía tiempo que no lo sacaba del arcón. Pasa la mano por encima de las costuras, que hacen filigranas en formas gráciles y doradas, enmarcando el azul con el león en medio. Inspira y levanta el mentón, antes de ofrecérselo a uno de sus ayudantes para que se lo coloque. La luz del atardecer entra discreta por el ventanal. Las campanas de la capilla de Fauce Dorada hoy no dejarán de repicar. Su pesado llanto se expande a través de las frías paredes de la ciudad. Los hombres y mujeres del lugar visten de luto. Encienden velas y llevan obsequios a la casa de la Luz para aquél que ha abandonado el mundo. Todos son conscientes del sacrificio que ha hecho. En su rostro hay pena, pero también miedo, mucho miedo. Si él ha caído...
Capítulo I. Despedida
Tras los informes de las partidas de exploración sobre luces de hogueras en las montañas del norte del Condado, Lord Adkins y su séquito partieron hacia Ventormenta para dar el último adiós al Rey Varian Wrynn. Mientras el Landcaster se reunía en la corte para dar el pésame oficial al joven Rey Anduin, el grupo visitó el Archivo Real en busca de documentos históricos que hablaran sobre las tierras de Montenor para así resolver el enigma de las piras. Durante la misión fueron atacados por un sicario en un callejón del Barrio de los Magos. Pese al intenso combate, pudieron aprisionar al agresor y llevarlo a Fortaleza Sur para ser interrogado.
Capítulo II. Corazón de PiedraTras varias noches de interrogatorios sin resultados un grupo de soldados detonó las paredes de Fortaleza Sur para extraer al preso. Los presentes pudieron huír del asalto gracias al teletransporte de uno de los magos del séquito. El Capitán Vayron Ferrobravo pudo enviar a un mensajero para dar la alarma a su sección de tropas, pero no tuvo más remedio que retirarse. Antes de ser teletransportado, pudo reconocer los estandartes de los asaltantes; cuadros naranjas y azules con dos hachas cruzadas en medio.
Una vez Lord Adkins fue informado del ataque se lanzó una partida de exploración para descubrir la procedencia de las tropas que habían hecho detonar Fortaleza Sur. |
Utilizando el grifo del Conde, Brisa Dorada, y con la ayuda de Rollo C. Standen, uno de los mejores forestales de Montenor, el grupo se introdujo en la zona este del territorio, aún desconocida. Tras ascender hasta la cima de una de las montañas más altas del lugar pudieron localizar un torreón al otro lado de la cordillera. El séquito descendió hasta el lugar, descubriendo una avanzada Windsmill con una veintena de soldados en su interior. Pese a intentar pasar desapercibidos, algunos de los miembros fueron capturados y el séquito se vio forzado a luchar contra el Capitán Yrvald Corazón de Piedra, el enano que lideraba la guarnición de la torre. El combate fue un fracaso debido a la superioridad numérica de los Windsmill y se vieron obligados a retirarse una vez más, no sin antes capturar con la ayuda del grifo a uno de los soldados de Yrvald.
Capítulo III. Traición
El soldado Windsmill capturado fue encontrado muerto en su propia celda dos días después de su captura. El celador, desaparecido, fue investigado por la Guardia Dorada. Un prisionero de las mazmorras de Fauce Dorada confesó haberle visto interactuando con un hombre encapuchado antes de abrirle a este la celda del soldado Windsmill. El encapuchado chantajeó al celador y le amenazó con la muerte de su familia.
Por otro lado, los exploradores de la Casa Landcaster investigaron la huída del celador. Faltaba un corcel en los establos del Castillo de Fauce Dorada y los vigías de las puertas principales habían reportado la salida nocturna de alguien con el caballo.
Esa misma noche, una improvisada partida de exploración del séquito del Conde siguió las pistas de la desaparición hasta el bosque colindante a Fauce Dorada. Allí se descubrió la fosa donde estaba enterrado el celador junto a su familia.
El día siguiente, Lord Váyron Ferrobravo se encargó de la ejecución de los dos Sargentos que en aquél momento vigilaban las puertas principales. El Conde de Montenor lanzó un mensaje al respecto a todo su ejército;
"La falta de protocolo en el Sargento Geribald y el Sargento Maxwell no solo constituye una brecha en nuestro sistema de jerarquía y por ende, una debilidad en la seguridad del Condado de Montenor en general. Constituye un peligro directo para las personas a las que pueda afectar la poca rigurosidad de tales oficiales militares. El Celador Robin no hubiera muerto si ellos no le hubieran permitido irse, y ahora podría utilizar su vida para descifrarnos más interrogantes acerca de la infiltración de nuestro enemigo en la ciudad. Que la muerte de estos dos traidores sirva de ejemplo."
Por otro lado, los exploradores de la Casa Landcaster investigaron la huída del celador. Faltaba un corcel en los establos del Castillo de Fauce Dorada y los vigías de las puertas principales habían reportado la salida nocturna de alguien con el caballo.
Esa misma noche, una improvisada partida de exploración del séquito del Conde siguió las pistas de la desaparición hasta el bosque colindante a Fauce Dorada. Allí se descubrió la fosa donde estaba enterrado el celador junto a su familia.
El día siguiente, Lord Váyron Ferrobravo se encargó de la ejecución de los dos Sargentos que en aquél momento vigilaban las puertas principales. El Conde de Montenor lanzó un mensaje al respecto a todo su ejército;
"La falta de protocolo en el Sargento Geribald y el Sargento Maxwell no solo constituye una brecha en nuestro sistema de jerarquía y por ende, una debilidad en la seguridad del Condado de Montenor en general. Constituye un peligro directo para las personas a las que pueda afectar la poca rigurosidad de tales oficiales militares. El Celador Robin no hubiera muerto si ellos no le hubieran permitido irse, y ahora podría utilizar su vida para descifrarnos más interrogantes acerca de la infiltración de nuestro enemigo en la ciudad. Que la muerte de estos dos traidores sirva de ejemplo."
Capítulo IV. Los Otros
Hacía días que la partida de exploración primaria del Bosque del Monolito no volvía. El séquito de Lord Adkins fue enviado a buscar información al respecto. Se estableció un campamento base al oeste del lugar y se consiguió contactar con los exploradores. Habían descubierto un asentamiento de humanos salvajes.
El grupo intentó una aproximación con resultado fallido. Fueron atacados por el que parecía su líder, un brujo chamán. Se reunieron de nuevo en el campamento base y pidieron refuerzos al ejército pardo y dorado. Tras varios días de espera, Lord Adkins llegó con un batallón listo para el asalto al asentamiento. Si los salvajes no cedían el terreno, serían aplastados. Su localización era una posición crucial para tomar ventaja en la guerra contra los Windsmill.
El séquito pidió otra oportunidad a Lord Adkins. Antes de masacrarles, intentarían una vez más forjar un trato con la tribu. Así pues, consiguieron introducirse en el asentamiento. Pese en un principio parecer un éxito, los vasallos de la Casa Landcaster fueron drogados y preparados para ser sacrificados.
El grupo despertó con una explosión. Todos ellos estaban completamente desnudos y atados en distintos postes. La atención de la aldea se centraba en la procedencia del ruido, y no en ellos. Un grupo de soldados Windsmill estaban asaltando la empalizada del asentamiento. Aprovechando el caos pudieron desatarse y buscar ropa y armas. Pronto se unieron a un combate encarnizado tanto contra salvajes como contra soldados enemigos.
Cuando los Windsmill consiguieron penetrar en el asentamiento apareció una figura conocida, el Capitán Yrvald Corazón de Piedra. El grupo se enzarzó en una lucha contra el enano mientras los salvajes reducían a las fuerzas Windsmill. Pronto llegaron refuerzos de otras tribus. Una treintena de guerreros con burdas lanzas termió de reducir a la soldadesca enemiga.
Valthrius, el brujo chamán, había muerto durante el combate. El guerrero que se impuso como nuevo líder de la tribu aceptó la presencia de la Casa Landcaster tras presenciar el combate contra el Capitán Yrvald, el cual se rindió. El séquito pudo salir del lugar y trasladar al nuevo prisionero a un lugar seguro.
El grupo intentó una aproximación con resultado fallido. Fueron atacados por el que parecía su líder, un brujo chamán. Se reunieron de nuevo en el campamento base y pidieron refuerzos al ejército pardo y dorado. Tras varios días de espera, Lord Adkins llegó con un batallón listo para el asalto al asentamiento. Si los salvajes no cedían el terreno, serían aplastados. Su localización era una posición crucial para tomar ventaja en la guerra contra los Windsmill.
El séquito pidió otra oportunidad a Lord Adkins. Antes de masacrarles, intentarían una vez más forjar un trato con la tribu. Así pues, consiguieron introducirse en el asentamiento. Pese en un principio parecer un éxito, los vasallos de la Casa Landcaster fueron drogados y preparados para ser sacrificados.
El grupo despertó con una explosión. Todos ellos estaban completamente desnudos y atados en distintos postes. La atención de la aldea se centraba en la procedencia del ruido, y no en ellos. Un grupo de soldados Windsmill estaban asaltando la empalizada del asentamiento. Aprovechando el caos pudieron desatarse y buscar ropa y armas. Pronto se unieron a un combate encarnizado tanto contra salvajes como contra soldados enemigos.
Cuando los Windsmill consiguieron penetrar en el asentamiento apareció una figura conocida, el Capitán Yrvald Corazón de Piedra. El grupo se enzarzó en una lucha contra el enano mientras los salvajes reducían a las fuerzas Windsmill. Pronto llegaron refuerzos de otras tribus. Una treintena de guerreros con burdas lanzas termió de reducir a la soldadesca enemiga.
Valthrius, el brujo chamán, había muerto durante el combate. El guerrero que se impuso como nuevo líder de la tribu aceptó la presencia de la Casa Landcaster tras presenciar el combate contra el Capitán Yrvald, el cual se rindió. El séquito pudo salir del lugar y trasladar al nuevo prisionero a un lugar seguro.
Capítulo V. La Red
Durante varios meses Corazón de Piedra se mantuvo en la Mansión Landcaster. Los interrogatorios no tuvieron éxito. Todo este tiempo, Lord Vayron y el séquito se encargaron de evitar la entrada de nuevas partidas de Windsmill en la zona. Lord Adkins se había retirado junto a Sir Enthelion, La Mano, a Ventormenta.
Sir Enthelion se encargó de contactar con viejos amigos que le permitirían iniciar una red de contraespionaje. Pronto la información sobre los Windsmill empezó a llegar y pudo ser enviada a Lord Vayron, que dirigía la contienda en el Condado. A la vez, se inició una caza de traidores a gran escala que permitió evitar la filtración de nuevas informaciones.
Una vez tejida la red y el Condado de Montenor libre de informadores Windsmill, Lord Adkins volvió con el ejército para trazar una línea de defensa a través de diferentes puntos del territorio y evitar la entrada de nuevas partidas de soldados enemigos.
Sir Enthelion se encargó de contactar con viejos amigos que le permitirían iniciar una red de contraespionaje. Pronto la información sobre los Windsmill empezó a llegar y pudo ser enviada a Lord Vayron, que dirigía la contienda en el Condado. A la vez, se inició una caza de traidores a gran escala que permitió evitar la filtración de nuevas informaciones.
Una vez tejida la red y el Condado de Montenor libre de informadores Windsmill, Lord Adkins volvió con el ejército para trazar una línea de defensa a través de diferentes puntos del territorio y evitar la entrada de nuevas partidas de soldados enemigos.
Capítulo VI. Tras las montañas
Mientras el ejército se movilizava, Lord Adkins pidió al séquito una misión a la desesperada. Hasta entonces tan solo habían podido defenderse de las agresiones del enemigo, pero no sabían nada de ellos. Ni de su procedencia, ni de sus motivos, ni tan solo de su capacidad militar real. Mientras el Conde lideraba al ejército para trazar la línea de defensa, el séquito se infiltraría en el territorio Windsmill para tratar de recopilar información ventajosa para la inebitable batalla que tarde o temprano llegaría.
Así lo hicieron. El Lord Comandante, el séquito y un grupo de mercenarios penetraron en el territorio Windsmill haciéndose pasar por mercenarios dispuestos a ingresar en sus filas. El primer intento no les salió bien. El nuevo capitán de los Escudos Gemelos, Sir Beatus Highlight, que substituía a Corazón de Piedra, descubrió al grupo y les detuvo, trasladándoles a Arrengol, donde les esperaba el Interrogador Waldorf. Por suerte pudieron escapar del carromato. Acabaron con la escolta y se infiltraron en la villa haciéndose pasar por soldados Windsmill. Una vez más, fueron descubiertos, pero a tiempo, pudieron secuestrar a Waldorf e interrogarle en el bosque.
Waldorf fue identificado como el interrogador oficial de la Casa Windsmill, a las ordenes de Lord Clermont Windsmill, al que le enviaba informes de los soldados de Landcaster capturados. Curiosamente, confesó que nadie había visto al Lord, y quedaba completamente prohibido acceder al Castillo Ventofuria, su pequeña fortaleza. Además de esta intrigante confesión, Waldorf habló de El Reclutador; un misterioso hombre, Mano de Lord Clermont, de los pocos que sí habían podido acceder al lugar.
Así lo hicieron. El Lord Comandante, el séquito y un grupo de mercenarios penetraron en el territorio Windsmill haciéndose pasar por mercenarios dispuestos a ingresar en sus filas. El primer intento no les salió bien. El nuevo capitán de los Escudos Gemelos, Sir Beatus Highlight, que substituía a Corazón de Piedra, descubrió al grupo y les detuvo, trasladándoles a Arrengol, donde les esperaba el Interrogador Waldorf. Por suerte pudieron escapar del carromato. Acabaron con la escolta y se infiltraron en la villa haciéndose pasar por soldados Windsmill. Una vez más, fueron descubiertos, pero a tiempo, pudieron secuestrar a Waldorf e interrogarle en el bosque.
Waldorf fue identificado como el interrogador oficial de la Casa Windsmill, a las ordenes de Lord Clermont Windsmill, al que le enviaba informes de los soldados de Landcaster capturados. Curiosamente, confesó que nadie había visto al Lord, y quedaba completamente prohibido acceder al Castillo Ventofuria, su pequeña fortaleza. Además de esta intrigante confesión, Waldorf habló de El Reclutador; un misterioso hombre, Mano de Lord Clermont, de los pocos que sí habían podido acceder al lugar.
Capítulo VII. Ventormenta
La línea de defensa estaba casi lista cuando el séquito volvió de la misión en territorio Windsmill. Los informes fueron útiles, pero había una tarea urgente que completar antes de continuar con la planificación del ataque. La red de espionaje había dado sus frutos. Uno de los informadores había dado el aviso de un encuentro nocturno en el puerto de Ventormenta. Sería protagonizado por los Windsmill, pero no se sabía qué forma tendría. Durante el encuentro del séquito con el informador, este fue asesinado por un francotirador que siguió al grupo hasta el puerto, donde se descubrió. Se encaró con Lord Vayron y le dijo que dejara esta investigación. "No sabéis dónde os metéis."
El séquito no hizo caso a la palabrería del pícaro. Entraron en el muelle. La situación era realmente extraña. A altas horas de la madrugada, tan solo había un único navío en el embarcadero. No había más que una patrulla de guardias de Ventormenta en el lugar, de espaldas y mirando hacia el mar. El informador antes de morir ya había insinuado al grupo que podrían haber sobornado a algunos de los guardias.
Lord Vayron y uno de sus caballeros, Lord Kaylar Stern, se infiltraron en el navío y accedieron a sus documentos. Se trataba de un barco comercial llamado La Princesa Triste perteneciente a la Compañía Comercial del Mar del Norte. Estaba destinado al transporte de alquitrán de Rasganorte hasta la ciudad capital para ser vendido al Reino de Ventormenta.
Esa misma noche, Lord Kaylar, amigo del Lord Comandante, murió en extrañas circumstancias.
Demasiadas piezas sin encajar.
El séquito no hizo caso a la palabrería del pícaro. Entraron en el muelle. La situación era realmente extraña. A altas horas de la madrugada, tan solo había un único navío en el embarcadero. No había más que una patrulla de guardias de Ventormenta en el lugar, de espaldas y mirando hacia el mar. El informador antes de morir ya había insinuado al grupo que podrían haber sobornado a algunos de los guardias.
Lord Vayron y uno de sus caballeros, Lord Kaylar Stern, se infiltraron en el navío y accedieron a sus documentos. Se trataba de un barco comercial llamado La Princesa Triste perteneciente a la Compañía Comercial del Mar del Norte. Estaba destinado al transporte de alquitrán de Rasganorte hasta la ciudad capital para ser vendido al Reino de Ventormenta.
Esa misma noche, Lord Kaylar, amigo del Lord Comandante, murió en extrañas circumstancias.
Demasiadas piezas sin encajar.
Capítulo VIII. El Cantar de las Cinco Damas
La madera y las amarras crujían al unísono orquestadas por el devenir del violento oleaje. Los faroles bailaban en la fría noche como luciérnagas azotadas por una naturaleza implacable. Una pequeña barca representada por un único punto de luz atenuado por la densidad y humedad de la atmosfera se acercaba al navío ignorando las agresiones del mar, que negro, gigantesco y eterno levantaba sus muros de varios metros de altura. Cualquiera que fuera escupido hacia él moriría de frío, solo, aislado en la terrible oscuridad de un abismo gélido e imperturbable ante cualquier forma de vida.
-Sir Baldan, ya lo hemos cargado. – Dijo uno de sus hombres. Había acudido a su camarote aún embutido en el conjunto de gruesas pieles que conformaban su ropaje. Estaba completamente mojado y temblando, aguantado con ambas manos en el marco de la puerta para no ceder a los caprichos de la mar. Su rostro azulado por el frío no se distinguía, pues quedaba oculto bajo su apreciada capucha de cuero que le había evitado perder ambas orejas. La nariz ya se le había ennegrecido.
-Bien. Nos vamos, Ulf. Pronto estaremos de vuelta a casa.
-Mi señor, ¿Ahora? Es de noche, el hielo podría…
-Si el hielo no nos mata lo harán las rocas. Avisa a la tripulación.- Sentenció Sir Baldan. El caballero se cubrió con su pesado manto y salió del camarote galopando con sus botas sobre la ruidosa superficie de la embarcación.
-Sir Baldan, ya lo hemos cargado. – Dijo uno de sus hombres. Había acudido a su camarote aún embutido en el conjunto de gruesas pieles que conformaban su ropaje. Estaba completamente mojado y temblando, aguantado con ambas manos en el marco de la puerta para no ceder a los caprichos de la mar. Su rostro azulado por el frío no se distinguía, pues quedaba oculto bajo su apreciada capucha de cuero que le había evitado perder ambas orejas. La nariz ya se le había ennegrecido.
-Bien. Nos vamos, Ulf. Pronto estaremos de vuelta a casa.
-Mi señor, ¿Ahora? Es de noche, el hielo podría…
-Si el hielo no nos mata lo harán las rocas. Avisa a la tripulación.- Sentenció Sir Baldan. El caballero se cubrió con su pesado manto y salió del camarote galopando con sus botas sobre la ruidosa superficie de la embarcación.
-¡Silencio en la sala! ¡Silencio en la sala, por favor!- gritó el canoso lordanés golpeando la mesa con su puño. –Por favor, Señorías. Mantengamos la calma. Toda la Alianza está versada en el asunto. Su Majestad ha sido clara para con nuestra empresa. No nos desviemos.
Poco a poco el griterío se tornó en susurros, y los susurros se apagaron ante la firme mirada del hombre que presidía el salón. La habitación era amplia, de una altura pretenciosa, como si la grandeza de los tabiques engrandeciera los corazones de los hombres y mujeres que lo habitaban. Sus paredes y columnas de pulido mármol estaban decoradas con motivos heráldicos, estandartes, retratos, escudos, armaduras y armas. La mesa, enorme, brillante y rectangular, reunía a una docena de nobles, cada uno de ellos entregado a rendir homenaje a su propia Casa. Habían iniciado una guerra secreta por ser el o la que más relucía sus símbolos y sus colores. Los vestidos de los presentes eran una pomposa exhibición de supuesta idiosincrasia. El orgullo familiar cosido entre prendas de artesanía de la más alta calidad.
-Bien. Lord Amadeus, por favor, leed el reporte de incidentes de esta semana.
Lord Amadeus procedió a leer con su impertérrita expresión. Era un hombre tocado por la Luz. De cabello blanco, largo y sedoso, gran constitución y puño firme. Su mirada azul pálido era pura. Probablemente era el más sabio del salón, el más templado y recto. Su Casa no ostentaba grandes negocios ni se dedicaba a extender su influencia económica a través del Reino. Su devoción era para con la Iglesia de la Luz, y su deber era educar a su familia y a sus vasallos para tal designio.
- Se han reportado seis muertes accidentales de ciudadanos. Caídas del caballo, mayoritariamente. Tenemos dos posibles asesinatos y un brote de viruela en Páramos de Poniente. Por ahora aislado. El número de muertes es desconocido, pues no están censados. En Villadorada ha habido altercados en relación al asunto vetado. Algunas reyertas y peleas sin importancia. Villa Oscura ya ha pagado el diezmo a la Iglesia de la Luz y la cosecha de esta temporada ha traído consigo más excedente de lo habitual.
Toda la sala estalló en aplausos y asentimientos. El excedente era una gran noticia para el Reino. Lord Amadeus asintió y esperó a que la escena terminara, inspirado por la hipocresía de los presentes. Cuando la celebración se apagó, continuó leyendo el documento que administradores sin nombre ni importancia habían escrito.
-Hemos recibido un informe de los mensajeros de Lordaeron. Han encontrado los restos de un naufragio en la costa de Argénteos. Al parecer un navío mercante de construcción sureña. No hay supervivientes. La señorita Neila de Regard y el señor Albeniz Lionese han sido armados Caballeros del Reino de Ventormena con la venia de Su Majestad, tras reconocerles su mérito en combate…
-Fueron muy valientes.
-Sí, sin duda.
-¿Se sabe algo de ese grupo, Lord Amadeus?
-No hay nuevos reportes sobre ellos, Lord Penrose. Parece que la Dama Neila y Sir Albeniz consiguieron algo que nuestra guardia no pudo.
-Finalmente, el último reporte, Sus Señorías. Lady Darbanville, el Señor Millgram y Rodney Strange, directivos de la Compañía Comercial del Mar del Norte, han sido acusados de trata de ilegales, comercio ilegal, compra de mercenarios y corrupción. Han utilizado su patente de compra de armamento de la Alianza para armar a por lo que podemos suponer según sus compras más de seiscientos hombres. Los tres se encuentran en paradero desconocido. Su flota ha desaparecido. A partir de este momento, son considerados traidores del Reino de Ventormenta y su cabeza pasará a ser valorada en diez mil piezas de oro. – Terminó Amadeus, con cierta dificultad. Había tenido que alzar la voz progresivamente para finalizar el reporte, pues los rumores estallaron al instante tras mencionar los tres nombres. Las voces del palacio se extendieron a través de él llenando cada uno de los pasillos del Castillo de Ventormenta. Después de la sesión toda la Corte hablaría del suceso.
-Bien. La disolución de la Compañía Comercial del Mar del Norte supone un grave problema para la economía del Reino de Ventormenta, Sus Señorías. Su explotación era crucial. ¿Qué propone el Concilio para subsanar las pérdidas?- Dijo el hombre que encabezaba la mesa.
-Milord Grisalba, tengo una propuesta- Respondió Sir Simon levantándose con rapidez.
Había sido una sesión pesada. A Amadeus le costaba no corregir a los nobles por su comportamiento codicioso y temperamental. Este grupúsculo de orgullosos perfiles le decepcionaba, pero era su deber para con Su Majestad y para con el pueblo participar en él. Al menos, con su presencia, se aseguraba que la Luz tendría a un representante y velador. En ocasiones echaba de menos los viejos tiempos en Villanorte. Pese a las guerras transcurridas, los valores de la raza humana eran más puros. O eso le parecía a él. La experiencia pesaba sobre su persona, pero sorprendentemente, pese a su edad, su cuerpo se mantenía joven y fuerte. Amadeus habría sido un gran paladín de la Mano de Plata.
Por los altos y decorados ventanales del pasillo a través del cual se accedía a su cámara se divisaba el mar. Ya estaba anocheciendo, pues la sesión se había alargado. Algunos navíos de última hora pasaban a través del cuadro viviente que contemplaba el noble. Los colores rojizos del atardecer se ahogaban en la oscuridad que precedía la noche. El lugar estaba sumido en una tranquila penumbra. Casi sin ver nada, Amadeus siguió hasta llegar a la puerta de su cámara. Encendería él mismo sus candelabros una vez estuviera dentro. Quería escribirle una carta a su queridísimo hijo Alonsus, que seguía de cerca los pasos rectos de su padre.
-Buenas noches, milord.
-Por la Luz, me habéis asustado.- Dijo Amadeus una vez dentro de la cámara.
-Lo siento, Lord Amadeus. Que la Luz me perdone.
El filo de una daga se introdujo por entero en la boca del estómago de Amadeus, el cual abrió los ojos de par en par. Miró hacia la herida, pese a que en la oscuridad solo podía discernir la silueta del mango del arma. La sangre le brotaba de la barriga y le llenaba los pantalones. Intentó agarrar del cuello a su asesino, pero las fuerzas le flaquearon. El estoico Lord tocado por la Luz sollozaba de impotencia. Sus piernas le temblaban y el recuerdo de su hijo era lo único que le venía a la cabeza. Amadeus tenía claro que estaba a punto de morir. Pensó en que nadie llegaría a saber quién le había hecho esto, y aún sollozó más de impotencia, ahora en el suelo, rendido y preparándose para ser acogido por la Luz.
-Este tiempo ya no os pertenece, Lord Amadeus. Vuestro legado termina aquí. Los héroes han de morir y dejar paso a los verdaderos conquistadores. Solo sois mártires. Los nuevos humanos prevaleceremos. No temáis, pues vuestro hijo os seguirá pronto.
Los ojos de Amadeus se apagaron. Agarrado del pantalón de su agresor, su cadáver se desprendió y cayó al suelo. El Lord quedó rodeado de oscuridad, pacífica oscuridad. El charco de sangre que le abrazaba se ampliaba con lentitud y silencio. Una daga dorada con el mango en forma de pez se erguía de su vientre.
Capítulo IX. La Boda del Cuervo
Relatado a través de la Escudera Rylie Sagar
He descubierto, a lo largo de mi vida, muchas formas en que la gente miente y se esconde. Los mejores mentirosos, he llegado a descubrir, son aquellos que manipulan la verdad, retorciéndola hasta que es una mezcla deforme y homogénea entre la mentira y la certeza, hasta tal punto que definir dónde comienza una y dónde termina la otra es prácticamente imposible.
También hay mil y una razones, pero esas son más difíciles de contar, o incluso explicar. Al fin y al cabo, las verdades son un terreno complicado y relativo, por lo que las razones que uno tiene de actuar, o en este caso de mentir, son de lo más variopintas y todas ellas ciertas. Debatir entre la relatividad de ciertas creencias, sin embargo, es algo que va más allá de mi inteligencia y de mi interés.
Yo, por supuesto, no soy diferente. Miento, como todos los demás, pero mi forma de mentir no es con palabras o acciones colocadas en el momento adecuado, en el lugar adecuado. No. Y mi decepción no es algo que yo pueda controlar, algo grande y deliberado. No intento dañar, ni manipular, ni evitar el dolor que ciertas verdades le pueden causar a la gente. No, es un sutil desengaño que se te mete en el cuerpo, comiendo con la vista todos mis movimientos y palabras hasta tal punto que la imagen que ves de mí no es la real.
Tal es la farsa, que hasta yo misma me la creo. Tal es el fraude que solo en momentos como este, cuando mi mente no está protegida por los altos y gruesos muros que he construido del más firme hormigón, que puedo pensar en estas cosas. Parte de mí sabe que estoy soñando, tanto como también sabe que mañana, cuando despierte sobresaltada y con la mano agarrada al mango la daga que siempre guardo bajo la almohada, no recordaré mis cavilaciones.
Al fin y al cabo, mi yo despierta no es tan consciente como mi yo dormida. Tiene la manía de ignorar pensar en todo lo que le disgusta, o le causa incomodidad. Y esa diferencia entre ambas solo se acentúa en las noches como esta, cuando las líneas entre realidad y ficción son borrosas cuanto menos. Y mi yo consciente, que despierta cuando duermo, está un tanto molesta por la falta de información sobre la situación en la que nos encontramos.
Estoy en cama, otra vez. Eso lo sé, puedo notar ligeramente el tacto de la tela contra mi cuerpo cuando mi mente reacciona un poco en medio de la noche, en ese estado en que uno no está dormido ni despierto, que dura solo unos segundos y la mayor parte de las veces ni te das cuenta. Pero por más que lo intente, por más que mire hacia atrás en el camino de mis recuerdos, no puedo recordar por qué.
Puedo recordar la boda. Así que comenzaré por ahí, y me iré abriendo paso a a través de las zarzas que mi yo despierta e inconsciente ha ido plantando en medio de esos caminos a lo largo de los años.
La boda de Enthelion Cumbre Umbría y Vera Drake fue relativamente bien, si el recuerdo no falla, salvo por el descontento momentáneo de algunos enriquecidos invitados cuando el desliz del clérigo Silvela provocó un alzamiento de voz. Aparentemente, llamar Lord a Cumbre Umbría cuando aun no ha sido nombrado tal es de mal gusto. Fue rápido en rectificarse, así que aplacó las masas antes de que ocurriera nada peligroso, por lo que no hubo batalla. Así que de ahí no pudo ser.
Después… después creo que seguimos a Lord Adkins fuera del Castillo para flanquearle las espaldas mientras el noble se dirigía a las masas con otro discurso. El tercero en menos de una hora, creo. Mi yo consciente se estremece solo pensarlo, porque ni dormida me gusta el juego de influencias que los nobles y ricachones se traen entre manos. Es como si les gustase sacarse la polla y ver quién la tiene más grande.
El discurso del Lord, que recuerdo hablaba con la seguridad de alguien que sabe que algo le pertenece, inspiró en la multitud sentimientos opuestos. Si no recuerdo mal, dijo algo sobre bajar los impuestos como regalo de bodas a Cumbre Umbría, pero recuerdo haberme tensado cuando comenzaron a alzar la voz, hasta el punto de tener que luchar contra el incesante deseo físico de llevar la mano al mango del mandoble. Las opiniones de la muchedumbre eran dispares, algunos aliviados, creo, porque se les había levantado de los hombros cierto peso y trabajo durante el próximo año que el edicto de Lord Landcaster había proclamado. Otra parte pareció incomodarse, indispuesta a creer que el Señor fuera a hacer un acto de bondad, creo. No sé muy bien los específicos, solo que la atención del público pareció centrarse en Cumbre Umbría y su ahora desposada Drake. Cumbre Umbría comenzó a hablar con una sonrisa, de todas las cosas, sobre la alegría y el regalo que resultaba estar con “su gente”. No recuerdo haber prestado mucha atención más allá de la primera frase, puesto que sus palabras parecían mentiras y un intento de manipulación.
A mi yo despierta no le gusta cuando eso ocurre a su alrededor, no importa si es dirigido a ella o no, pero no sabe el por qué. Ni se lo pregunta porque, como he dicho, es inconsciente cuando viene a ser introspectiva. No, mi yo despierta se encarga de los peligros del mundo, nos mantiene con vida. Pero muy, muy en el fondo, los intentos de manipulación le recuerdan de que yo existo. Su yo reflexivo. Tan en el fondo, sin embargo, que no sabe por qué le molesta.
Puede que fuera el discurso de Cumbre Umbría, que incomodaba a la muchedumbre tanto como a mí, o puede que fueran las anteriores tensiones del discurso del Lord del Castillo de Fauce Dorada, pero de una forma u de otra, parecían aun más indignados. Hasta tal punto que, al menos uno de ellos, osó lanzar una piedra.
La Guardia Dorada que había sido apostada como seguridad por los alrededores de la muchedumbre comenzaron a hacerse paso para encontrar al pobre diablo que consiguió acertar a Drake, haciéndole un corte en la ceja. Cumbre Umbría se puso delante, ordenando disimulo, y a través del recuerdo puedo ver sentir que mi yo despierta, en cierta manera, estuvo algo agradecida de que Drake no se echara a llorar.
Niego con la cabeza figuradamente, puesto que aun estoy dormida. No, eso no. La situación estaba bajo control y aunque hubieran tirado más piedras, una cosa tan simple no me pondría en un sueño tan profundo que yo pudiera pensar con claridad, atravesando los muros que mi yo despierta ha derrumbado en su inconsciencia.
Sigo avanzando un poco más en el tiempo, siguiendo este camino de recuerdos sin separarme por las bifurcaciones que se generan con el paso de los años en la memoria humana, caminando a través de espino y cardo, hasta que consigo llegar al banquete después de la boda.
Puedo prometer y prometo que jamás en mi vida he visto tanta comida junta. La cantidad exuberante de comida es casi un bálsamo para el cansancio de cambiar de imagen, aunque la cantidad de invitados nobles que ya estaban pillando postura no hacían nada para fomentar un ambiente tranquilo.
Vale, en lo que recuerdo aquí, una de tres. Una, los nobles no son tan estrechos de miras cuando se nombra a alguien Lord que no haya nacido en alta cuna. Dos, los nobles saben disimular mucho mejor su desagrado que los plebeyos. Tres, les pones comida delante y asienten hasta para vender a sus hermanas. De una forma u de otra, la entrega de tierras y los títulos que iban con ellas a Cumbre Umbría no pareció agitar a la muchedumbre, puesto que cuando comenzó la música, empezaron a comer con gusto después de aplaudir. Y-
Oh. Oh, vaya. Nuestro Lord Comandante se acercó minutos antes para que nos sentásemos a comer. Y yo me senté, y estaba rodeada de gente desconocida, y de comida y bebida de las que no sabía la procedencia. Recuerdo, ahora que estoy aquí reviviéndolo con este otro yo, que moví ligeramente las caderas a la hora de sentarme, notando la daga disimulada por la capa que siempre llevo en el cinto. Por si acaso, me removí el cinturón ligeramente, poniendo la daga en una posición de más fácil acceso.
A cada lado se sentaron el Enano y Roca. Roca está bien, no habla de tonterías. Bebe, y come, e ignora todo lo demás que sea estúpido o nimio. El Enano, por otra parte, es invasivo, haciendo preguntas y preocupándose. De qué no lo sé, pero me dio una manzana. Recuerdo haber mirado la manzana durante unos segundos como si me hubiera escupido a la cara.
En alguna parte de la noche, entre bocado y bocado de la manzana, un bufón salió a entretener a la multitud hasta tal punto que comenzó a jugar con fuego. Literalmente. No puedo evitar esbozar una media sonrisa viperina, entrecerrando los ojos al ver el recuerdo de cómo el bufón cometió una errata, quemando la mesa. Roca me debe dos doradas.
El recuerdo de la noche parece acabar sin demasiados problemas, por lo que aquí no puede haber sido. Teniendo en cuenta que ya están repartiendo los postres y el único acontecimiento interesante de-
Tarta. Trajeron tarta. Y mi yo despierta se negó a comerla. Maldita sea.
Paso al siguiente recuerdo, cruzando la maleza espinada con pies seguros, ignorando el dolor de los muslos al avanzar a través, apretando la mandíbula con fuerza mientras lo hago.
El camino me lleva al siguiente recuerdo, y cuando me adentro en él es con un poco de enfado encima y la certeza de que mi yo despierta había aceptado a luchar por la diversión de la nobleza. El Lord Comandante nos está haciendo mella, parece, porque entre esto y el torneo por los caídos nos estamos convirtiendo en un burro de feria, pero bueno. Un combate es un combate, da igual el fin, y si hay algo de lo que nunca huyo, tanto despierta como dormida, es de un combate.
Mi oponente sería Zarek Dálaras, un montaraz con el que me había cruzado un par de veces como mucho. Aun no nos hemos avanzado hasta el campo de entrenamiento cuando los espectadores ya están dando brincos de emoción. A mis espaldas, escucho a Cumbre Umbría y al Lord Comandante hacer apuestas mientras me coloco cara a cara con Dálaras, preparándome para un combate amistoso.
Ah. Ya recuerdo.
El combate no duró mucho y desembocó en el Lord Comandante perdiendo su dinero cuando el montaraz atravesó la placa de mi pierna con una flecha que me atravesó parte del músculo, sin llegar a atravesar por completo. Ni siquiera pude mantenerme en pie, y recuerdo no sentir demasiado el suelo al caer de espaldas. A medida que pasa el tiempo, mientras veo con ojos entrecerrados al Lord Comandante y a Cumbre Umbría arrastrarme a medias hasta lo que deduzco que es la enfermería, el recuerdo del final de la noche se va deshaciendo y transformando en pequeñas virutas, como de arena, que se esfuman al vacío del delirio, seguido de la pérdida de conocimiento.
Ya veo. Eso fue. Mi yo despierta, que siempre está presente de una forma u de otra, gruñe iracunda. Cada vez puedo escucharla con más intensidad. Como se atreve. Como me atrevo yo a confiar en que no sería herida de tal forma en un combate amistoso. No, esto tiene que cambiar, se tiene que acabar. Tengo que recordar mis lecciones. No te confíes. Lucha fuego con fuego. Espera lo inesperado.
A veces me entristece escucharla pensar.
Frunzo el ceño ligeramente, mirando hacia abajo mientras el recuerdo se deshace. Me alejo de él, apartándome del camino. Me miro las manos, algo ensangrentadas por el caminar entre las zarzas. Prefiero no mirarme las piernas, pero lo hago igualmente cuando comienzo a sentir ese familiar cosquilleo. Yo también estoy volviendo al vacío, donde mi yo despierta guarda todo lo que no le gusta y lo cierra tras la más gruesa capa del más frío hielo. Mi yo inconsciente está despertando y, como consecuencia, mi yo dormida va a volver a su jaula. Porque mi yo despierta es mentirosa, y embustera e implacable. Transforma verdades y transforma mentiras hasta que todo es ficción y todo está permitido. Mientras que esta yo, mi yo dormida, es emoción y verdad y honor.
Y cuando Rylie abra los ojos, yo habré desaparecido de ellos sin dejar rastro.
También hay mil y una razones, pero esas son más difíciles de contar, o incluso explicar. Al fin y al cabo, las verdades son un terreno complicado y relativo, por lo que las razones que uno tiene de actuar, o en este caso de mentir, son de lo más variopintas y todas ellas ciertas. Debatir entre la relatividad de ciertas creencias, sin embargo, es algo que va más allá de mi inteligencia y de mi interés.
Yo, por supuesto, no soy diferente. Miento, como todos los demás, pero mi forma de mentir no es con palabras o acciones colocadas en el momento adecuado, en el lugar adecuado. No. Y mi decepción no es algo que yo pueda controlar, algo grande y deliberado. No intento dañar, ni manipular, ni evitar el dolor que ciertas verdades le pueden causar a la gente. No, es un sutil desengaño que se te mete en el cuerpo, comiendo con la vista todos mis movimientos y palabras hasta tal punto que la imagen que ves de mí no es la real.
Tal es la farsa, que hasta yo misma me la creo. Tal es el fraude que solo en momentos como este, cuando mi mente no está protegida por los altos y gruesos muros que he construido del más firme hormigón, que puedo pensar en estas cosas. Parte de mí sabe que estoy soñando, tanto como también sabe que mañana, cuando despierte sobresaltada y con la mano agarrada al mango la daga que siempre guardo bajo la almohada, no recordaré mis cavilaciones.
Al fin y al cabo, mi yo despierta no es tan consciente como mi yo dormida. Tiene la manía de ignorar pensar en todo lo que le disgusta, o le causa incomodidad. Y esa diferencia entre ambas solo se acentúa en las noches como esta, cuando las líneas entre realidad y ficción son borrosas cuanto menos. Y mi yo consciente, que despierta cuando duermo, está un tanto molesta por la falta de información sobre la situación en la que nos encontramos.
Estoy en cama, otra vez. Eso lo sé, puedo notar ligeramente el tacto de la tela contra mi cuerpo cuando mi mente reacciona un poco en medio de la noche, en ese estado en que uno no está dormido ni despierto, que dura solo unos segundos y la mayor parte de las veces ni te das cuenta. Pero por más que lo intente, por más que mire hacia atrás en el camino de mis recuerdos, no puedo recordar por qué.
Puedo recordar la boda. Así que comenzaré por ahí, y me iré abriendo paso a a través de las zarzas que mi yo despierta e inconsciente ha ido plantando en medio de esos caminos a lo largo de los años.
La boda de Enthelion Cumbre Umbría y Vera Drake fue relativamente bien, si el recuerdo no falla, salvo por el descontento momentáneo de algunos enriquecidos invitados cuando el desliz del clérigo Silvela provocó un alzamiento de voz. Aparentemente, llamar Lord a Cumbre Umbría cuando aun no ha sido nombrado tal es de mal gusto. Fue rápido en rectificarse, así que aplacó las masas antes de que ocurriera nada peligroso, por lo que no hubo batalla. Así que de ahí no pudo ser.
Después… después creo que seguimos a Lord Adkins fuera del Castillo para flanquearle las espaldas mientras el noble se dirigía a las masas con otro discurso. El tercero en menos de una hora, creo. Mi yo consciente se estremece solo pensarlo, porque ni dormida me gusta el juego de influencias que los nobles y ricachones se traen entre manos. Es como si les gustase sacarse la polla y ver quién la tiene más grande.
El discurso del Lord, que recuerdo hablaba con la seguridad de alguien que sabe que algo le pertenece, inspiró en la multitud sentimientos opuestos. Si no recuerdo mal, dijo algo sobre bajar los impuestos como regalo de bodas a Cumbre Umbría, pero recuerdo haberme tensado cuando comenzaron a alzar la voz, hasta el punto de tener que luchar contra el incesante deseo físico de llevar la mano al mango del mandoble. Las opiniones de la muchedumbre eran dispares, algunos aliviados, creo, porque se les había levantado de los hombros cierto peso y trabajo durante el próximo año que el edicto de Lord Landcaster había proclamado. Otra parte pareció incomodarse, indispuesta a creer que el Señor fuera a hacer un acto de bondad, creo. No sé muy bien los específicos, solo que la atención del público pareció centrarse en Cumbre Umbría y su ahora desposada Drake. Cumbre Umbría comenzó a hablar con una sonrisa, de todas las cosas, sobre la alegría y el regalo que resultaba estar con “su gente”. No recuerdo haber prestado mucha atención más allá de la primera frase, puesto que sus palabras parecían mentiras y un intento de manipulación.
A mi yo despierta no le gusta cuando eso ocurre a su alrededor, no importa si es dirigido a ella o no, pero no sabe el por qué. Ni se lo pregunta porque, como he dicho, es inconsciente cuando viene a ser introspectiva. No, mi yo despierta se encarga de los peligros del mundo, nos mantiene con vida. Pero muy, muy en el fondo, los intentos de manipulación le recuerdan de que yo existo. Su yo reflexivo. Tan en el fondo, sin embargo, que no sabe por qué le molesta.
Puede que fuera el discurso de Cumbre Umbría, que incomodaba a la muchedumbre tanto como a mí, o puede que fueran las anteriores tensiones del discurso del Lord del Castillo de Fauce Dorada, pero de una forma u de otra, parecían aun más indignados. Hasta tal punto que, al menos uno de ellos, osó lanzar una piedra.
La Guardia Dorada que había sido apostada como seguridad por los alrededores de la muchedumbre comenzaron a hacerse paso para encontrar al pobre diablo que consiguió acertar a Drake, haciéndole un corte en la ceja. Cumbre Umbría se puso delante, ordenando disimulo, y a través del recuerdo puedo ver sentir que mi yo despierta, en cierta manera, estuvo algo agradecida de que Drake no se echara a llorar.
Niego con la cabeza figuradamente, puesto que aun estoy dormida. No, eso no. La situación estaba bajo control y aunque hubieran tirado más piedras, una cosa tan simple no me pondría en un sueño tan profundo que yo pudiera pensar con claridad, atravesando los muros que mi yo despierta ha derrumbado en su inconsciencia.
Sigo avanzando un poco más en el tiempo, siguiendo este camino de recuerdos sin separarme por las bifurcaciones que se generan con el paso de los años en la memoria humana, caminando a través de espino y cardo, hasta que consigo llegar al banquete después de la boda.
Puedo prometer y prometo que jamás en mi vida he visto tanta comida junta. La cantidad exuberante de comida es casi un bálsamo para el cansancio de cambiar de imagen, aunque la cantidad de invitados nobles que ya estaban pillando postura no hacían nada para fomentar un ambiente tranquilo.
Vale, en lo que recuerdo aquí, una de tres. Una, los nobles no son tan estrechos de miras cuando se nombra a alguien Lord que no haya nacido en alta cuna. Dos, los nobles saben disimular mucho mejor su desagrado que los plebeyos. Tres, les pones comida delante y asienten hasta para vender a sus hermanas. De una forma u de otra, la entrega de tierras y los títulos que iban con ellas a Cumbre Umbría no pareció agitar a la muchedumbre, puesto que cuando comenzó la música, empezaron a comer con gusto después de aplaudir. Y-
Oh. Oh, vaya. Nuestro Lord Comandante se acercó minutos antes para que nos sentásemos a comer. Y yo me senté, y estaba rodeada de gente desconocida, y de comida y bebida de las que no sabía la procedencia. Recuerdo, ahora que estoy aquí reviviéndolo con este otro yo, que moví ligeramente las caderas a la hora de sentarme, notando la daga disimulada por la capa que siempre llevo en el cinto. Por si acaso, me removí el cinturón ligeramente, poniendo la daga en una posición de más fácil acceso.
A cada lado se sentaron el Enano y Roca. Roca está bien, no habla de tonterías. Bebe, y come, e ignora todo lo demás que sea estúpido o nimio. El Enano, por otra parte, es invasivo, haciendo preguntas y preocupándose. De qué no lo sé, pero me dio una manzana. Recuerdo haber mirado la manzana durante unos segundos como si me hubiera escupido a la cara.
En alguna parte de la noche, entre bocado y bocado de la manzana, un bufón salió a entretener a la multitud hasta tal punto que comenzó a jugar con fuego. Literalmente. No puedo evitar esbozar una media sonrisa viperina, entrecerrando los ojos al ver el recuerdo de cómo el bufón cometió una errata, quemando la mesa. Roca me debe dos doradas.
El recuerdo de la noche parece acabar sin demasiados problemas, por lo que aquí no puede haber sido. Teniendo en cuenta que ya están repartiendo los postres y el único acontecimiento interesante de-
Tarta. Trajeron tarta. Y mi yo despierta se negó a comerla. Maldita sea.
Paso al siguiente recuerdo, cruzando la maleza espinada con pies seguros, ignorando el dolor de los muslos al avanzar a través, apretando la mandíbula con fuerza mientras lo hago.
El camino me lleva al siguiente recuerdo, y cuando me adentro en él es con un poco de enfado encima y la certeza de que mi yo despierta había aceptado a luchar por la diversión de la nobleza. El Lord Comandante nos está haciendo mella, parece, porque entre esto y el torneo por los caídos nos estamos convirtiendo en un burro de feria, pero bueno. Un combate es un combate, da igual el fin, y si hay algo de lo que nunca huyo, tanto despierta como dormida, es de un combate.
Mi oponente sería Zarek Dálaras, un montaraz con el que me había cruzado un par de veces como mucho. Aun no nos hemos avanzado hasta el campo de entrenamiento cuando los espectadores ya están dando brincos de emoción. A mis espaldas, escucho a Cumbre Umbría y al Lord Comandante hacer apuestas mientras me coloco cara a cara con Dálaras, preparándome para un combate amistoso.
Ah. Ya recuerdo.
El combate no duró mucho y desembocó en el Lord Comandante perdiendo su dinero cuando el montaraz atravesó la placa de mi pierna con una flecha que me atravesó parte del músculo, sin llegar a atravesar por completo. Ni siquiera pude mantenerme en pie, y recuerdo no sentir demasiado el suelo al caer de espaldas. A medida que pasa el tiempo, mientras veo con ojos entrecerrados al Lord Comandante y a Cumbre Umbría arrastrarme a medias hasta lo que deduzco que es la enfermería, el recuerdo del final de la noche se va deshaciendo y transformando en pequeñas virutas, como de arena, que se esfuman al vacío del delirio, seguido de la pérdida de conocimiento.
Ya veo. Eso fue. Mi yo despierta, que siempre está presente de una forma u de otra, gruñe iracunda. Cada vez puedo escucharla con más intensidad. Como se atreve. Como me atrevo yo a confiar en que no sería herida de tal forma en un combate amistoso. No, esto tiene que cambiar, se tiene que acabar. Tengo que recordar mis lecciones. No te confíes. Lucha fuego con fuego. Espera lo inesperado.
A veces me entristece escucharla pensar.
Frunzo el ceño ligeramente, mirando hacia abajo mientras el recuerdo se deshace. Me alejo de él, apartándome del camino. Me miro las manos, algo ensangrentadas por el caminar entre las zarzas. Prefiero no mirarme las piernas, pero lo hago igualmente cuando comienzo a sentir ese familiar cosquilleo. Yo también estoy volviendo al vacío, donde mi yo despierta guarda todo lo que no le gusta y lo cierra tras la más gruesa capa del más frío hielo. Mi yo inconsciente está despertando y, como consecuencia, mi yo dormida va a volver a su jaula. Porque mi yo despierta es mentirosa, y embustera e implacable. Transforma verdades y transforma mentiras hasta que todo es ficción y todo está permitido. Mientras que esta yo, mi yo dormida, es emoción y verdad y honor.
Y cuando Rylie abra los ojos, yo habré desaparecido de ellos sin dejar rastro.
Capítulo X. El Concilio del Traidor
Relatado a través del Montaraz y bastardo Lareon Roca
La ciudad de Ventormenta, orgullo y último bastión intacto de las naciones humanas, parecía abarrotada aquella noche. Nos movíamos despacio, siendo víctimas de las miradas de todos aquellos que pasaban junto al séquito y sus posteriores cuchicheos. Debo reconocer que no me parecía bastante inteligente dirigirnos a la Plaza de la Catedral, donde se amontonarían los nobles de la ciudad y la muchedumbre ansiosa de espectáculo y presumir de haberse codeado junto a las figuras más representativas y poderosas del reino. Plantar al Conde de Landcaster allí, por mucha guardia que pudiera custodiarlo, de poco iba a servir si un buen tirador se apostaba en un tejado apartado; un solo disparo certero bastaría para acabar con Lord Adkins y el Condado de Montenor, y la noche me acabaría dando la razón en cuanto a la cantidad de enemigos que ha cosechado su señoría. Sea como fuere allí estábamos, en mitad del gentío, mientras contemplábamos la decapitación de Lord Penrose y sentíamos cómo se caldeaba el ambiente más y más hasta un punto en el que la guardia de la ciudad tuvo que intervenir. Las intenciones de Lord Grisalba pronto salieron a la luz cuando Sir Jack era custodiado, por decirlo de alguna manera, hasta un carruaje; y los hijos de Lord Penrose hace rato que habían desaparecido. Sinceramente, estaba más preocupado por salvar el pellejo de todos nosotros que en preocuparme de dónde estaban los críos o la Mano de Arendt.
Las órdenes no tardaron en llegar, y mientras el Conde y Lord Ferrobravo buscaban un lugar seguro en el que cobijarse (por muy emplacado que vista, Adkins seguía siendo probablemente uno de los aristócratas más vulnerables de todo el reino; los leones leales escasean), la Guardia Dorada y Cumbe Umbría tratamos de llegar hasta la diligencia para salvar al pobre Jack de las garras del conspirador. Aquello fue un verdadero caos, la incompetencia de mis compañeros y del propio Enthelion para salir de aquella masa de populacho provocó que buscara mi propia forma de salir, y decidí escabullirme y mezclarme entre las gentes para encontrar una abertura entre la línea de los guardianes. No tardó en aparecer Sagar con el resto del séquito detrás, menos mal que su cara de malas pulgas valía para algo, y pronto estábamos todos reunidos con la pista que necesitábamos gracias a las marcas embarronadas que la rueda del vehículo iba dejando en las baldosas.
Enthelion y Dálaras fueron capaces de seguirme el ritmo, pero los demás no tuvieron tanta suerte. El carruaje cada vez estaba más lejos y la fatiga se apoderaba de nuestros cuerpos, por lo que no tuve más remedio que disparar contra el transporte ante la indiferencia de las autoridades, que poco parecían interesarse por ayudar en nuestra persecución. No sé cómo, pero un carnero desbocado apareció ante nosotros cuando logramos zafarnos de algún que otro soldado molesto con mi disparo fallido. Fue una locura disparar allí, en mitad de las puertas, pero no tenía más remedio. Más que una orden, es una cuestión de lógica: seis piernas no pueden ganar en velocidad y resistencia a las ocho patas de dos caballos entrenados para soportar largos viajes.
Cumbre Umbría logró conseguirnos un vehículo gracias a su don de gentes, válgase el sarcasmo, y les seguimos hasta el cementerio. Las cosas empezaron a torcerse en ese punto, y Sir Jack acabó siendo asesinado por el único encapuchado que quedaba con vida; quizá si Dálaras hubiera decidido no romper la cuerda de su arco en ese momento las cosas habrían sido muy diferentes, y mis reflejos ante ese suceso fueron demasiado lentos a la hora de intentar salvar al maldito noble. Habíamos fallado, pero aún quedaba la esperanza de que Clover y Tilda estuvieran a salvo... y lo mejor estaba por llegar todavía.
Lo recuerdo todo a la perfección, situados en aquella casucha apartada del bosque junto al Lago Canto de Cristal. Eran altas horas de la noche, y la oscuridad había atrapado al Bosque de Elwynn en su sueño eterno, acompañada por la brisa nocturna que mecía las hojas de los árboles y provocaba pequeñas ondas en el devenir del agua. Sir Jack, o Jack, de poco le valen los títulos a un cadáver, yacía bajo la fría tierra después de haberle dedicado un improvisado entierro. Nadie vertió lágrimas por él, a nadie le importaba realmente su destino. Regresábamos de su sepultura cuando nos encontramos con un jinete, vestido al completo con una armadura de placas de color oscuro, frente a la casa y el resto del séquito.
El muy hijo de puta quería que entregáramos a los muchachos, así como al Conde, siendo acusado de traición por el mismo Lord Grisalba. Una sensación fría y áspera me recorrió la espalda, ¿cómo sabía dónde estábamos, de dónde había salido? Todo me resultaba muy extraño. Mis compañeros enmudecieron, clavando sus miradas ante aquel caballero. Medité sus palabras, en silencio, hasta que esbocé una sonrisa en mis labios sin perder mi semblante serio; aquel capullo de Grisalba no tenía potestad sobre nosotros, y si nos iban a matar de todos modos mejor hacerlo con una espada en la mano. Quizá debí haber cerrado la boca, que hablara alguien más inteligente para esas situaciones. No sé si será mi sangre Landcaster, mi sangre de Byrne, o si directamente soy un orgulloso de mierda, pero no iba a conseguir amedrentarme un inútil emplacado con aires de grandeza.
La segunda advertencia fue un tanto más amenazante, pues dos caballos aparecieron de la nada y nos arrollaron tanto a mí como a Dálaras, con intención de dejar claro que usarían las armas llegados al punto. Me limité a seguir con mi habladuría, en mis trece, demostrando que no es recomendable pisar la cola de los leones. No tardó en empezar el combate, y nosotros contábamos con una ventaja que no iba a desaprovechar.
Los caballeros, espadas juramentadas, guardianes... llamadlos como queráis. Todos ellos aspiran al honor en la batalla, a las grandes hazañas logradas por su habilidad marcial y sentido del deber y honorabilidad, el honor de la guerra. Jamás olvidaré las palabras de mi padre, que tan bien me han servido en el campo de batalla:
<<Luchar con honor es algo que puede reservarse para las justas y los duelos personales, pero la guerra no tiene nada de honorable. En la guerra, Lareon, prima la supervivencia, y si debes valerte de lo que esté en tu mano y más para seguir con vida y dar muerte a tu enemigo... el honor te llevará directo a la tumba>>
Fui rápido y eficaz, y conseguí dejar fuera de combate a uno de los caballero arrojando mi daga contra la cabeza de su corcel, el cual se desplomó en el suelo aplastándole la pierna. Sagar podía mantener un cara a cara con el adversario del yelmo y la maza, ambos nos compenetramos bien y confiamos el uno en el otro para este tipo de situaciones. Confiaba en su pericia para que saliera con vida del enfrentamiento. El tercer hombre, por otro lado, volvió a arrollarme sin contención alguna, y me precipité hacia el suelo con tanta fuerza que mi cabeza no paraba de dar vueltas y mis músculos se entumecían por el dolor de la embestida y la caída. Eso sí, logré vengarme del cabrón.
El duelo que mantuvo con Zarek se detuvo en el momento que intentó salvar a su compañero, quien se apenaba de la muerte de su montura. Carbón la llamaba, menudo imbécil. Darme la espalda fue un error que no tardó en pagar cuando le incrusté una daga envenenada entre la armadura, dejando que la toxina hiciera su trabajo al entrar en su cuerpo gracias a su herida. Me bastó un poco de coacción para convencerle de su muerte próxima, y lo que conseguí ganar fue que dos espadas bastante enfurecidas por mi 'falta de honor en combate' se dispusieran a darme una muerte dolorosa. El tercero no tardó mucho en cagarse encima (además literalmente, pero eso vendría despues) y tratar de huir del lugar. Fui un poco estúpido, pues su marcha facilitaría que nuestra posición fuera delatada y acudieran refuerzos con él, pero algo inesperado pasó con su caballo.
Aún le doy vueltas a lo ocurrido. Vivienne ya me lo advirtió en su momento, y la he visto actuar lo suficiente como para saber cuándo la magia negra entra en escena; Smith había sido purificada, la escoltamos a Villanorte para ello, pero no se abandonan esas artes tan fácilmente. No lo sé, no estoy totalmente seguro de mis sospechas, pero Helen estaba allí y ese animal se desbocó de repente y sin motivo alguno. La bestia trató de arrollar a los otros dos, quienes lograron esquivarla y después se estampó contra un árbol y murió. El caballero Carbón, llamémosle así, fue otro que cometió el error de perderme de vista, fue su perdición.
Tenía dos dagas conmigo, por lo que no me tomé mucho tiempo hasta darme la vuelta y clavarle la hoja en el pómulo con tanta fuerza que la sangre empezó a brotar y por su cara corría un torrente carmesí que no parecía tener fin. Amenacé a su amigo con cortarle el cuello ahí mismo, para que Dálaras pudiera atacarle por la espalda, pero no vi venir el puñal que el moribundo me ensartó en el costado en una última bocanada de aire.
Mi grito fue desgarrador, y sentí el calor de mi propia sangre manchar la tela, el cuero y lo poco que llevaba de armadura. Mis heridas ya eran cuantiosas y me pesaban los ojos; joder, me pesaba todo el cuerpo. Caí sobre mis rodillas, abatido y luchando por mantenerme despierto. No iba a permitir que esos desgraciados me vieran débil, no iban a conseguir que me tragara mi orgullo. Traté de mantenerme aún desafiante, pero me abandonaban las fuerzas. Zarek distrajo al del caballo desbocado para encararle y enzarzarse en un intercambio de tajos y golpes después de que Smith me salvara de una muerte segura, interponiéndose entre las hojas del enemigo. A ambos les debo seguir respirando después de aquella noche.
De pronto, las puertas de la casa se abrieron de golpe, y Lord Adkins Landcaster surgió del interior, armado y enfurecido, para plantar cara a los dos hombres restantes. Pese a ser alguien entrado en edad, luchó con una habilidad digna del más fiero de los leones, acabando con la vida de uno de ellos en combate singular. La Escudera consiguió embestir al último cuando trataba de huir al verse solo frente al séquito y al Conde, cumplió su parte y estoy orgulloso de ella. Cuando la espada de Lord León atravesó su clavícula, todos supimos que la batalla había terminado.
La calma posterior no tardó en convertirse en incertidumbre. Si Lord Grisalba se había atrevido a hacer aquello, realmente el Condado de Montenor tenía más problemas y enemigos de los que pensábamos y la situación era cuanto menos alarmante. Logramos recomponernos de aquello, y el mismísimo Adkins me acompañó al interior para que mis heridas pudieran ser sanadas. Había algo en su gesto, algo que nunca le había visto cuando se dirigía hacia a mí, hacia el bastardo. ¿Se sentía orgulloso por mi labor, había visto en mí a un león como los que adornan su blasón, aceptaba la sangre que corría por mis venas? Supongo que el tiempo me lo dirá; sea como fuere estoy seguro de algo, y es que esa noche aquel hombre empezó a verme con otros ojos.
Tilda y Clover estaban a salvo, habíamos cumplido nuestra labor por y para la Casa Landcaster y los enemigos del León estaban muertos. Me sentí satisfecho por el deber cumplido, por muy poco que disfrutara de estar allí seguía siendo mi cometido el servir a la causa. Al verme al borde de la muerte no pude evitar pensar en Vivienne, en cómo podría sentirse si muriese... pero no lo hice. Aún me queda mucha guerra por dar en este mundo al borde del apocalipsis, y quizá algún día los dos podríamos estar juntos de verdad sin secretos, mentiras y escondrijos.
Una cosa era segura, si Lord Grisalba no consigue que los nobles de Ventormenta le ayuden a llevarnos ante la justicia por traición y presenciar nuestro final, será él quien lo haga con todos los medios que tenga a su alcance. Ha llegado el momento de que el león saque las garras y se prepare para luchar como nunca lo ha hecho.
Las órdenes no tardaron en llegar, y mientras el Conde y Lord Ferrobravo buscaban un lugar seguro en el que cobijarse (por muy emplacado que vista, Adkins seguía siendo probablemente uno de los aristócratas más vulnerables de todo el reino; los leones leales escasean), la Guardia Dorada y Cumbe Umbría tratamos de llegar hasta la diligencia para salvar al pobre Jack de las garras del conspirador. Aquello fue un verdadero caos, la incompetencia de mis compañeros y del propio Enthelion para salir de aquella masa de populacho provocó que buscara mi propia forma de salir, y decidí escabullirme y mezclarme entre las gentes para encontrar una abertura entre la línea de los guardianes. No tardó en aparecer Sagar con el resto del séquito detrás, menos mal que su cara de malas pulgas valía para algo, y pronto estábamos todos reunidos con la pista que necesitábamos gracias a las marcas embarronadas que la rueda del vehículo iba dejando en las baldosas.
Enthelion y Dálaras fueron capaces de seguirme el ritmo, pero los demás no tuvieron tanta suerte. El carruaje cada vez estaba más lejos y la fatiga se apoderaba de nuestros cuerpos, por lo que no tuve más remedio que disparar contra el transporte ante la indiferencia de las autoridades, que poco parecían interesarse por ayudar en nuestra persecución. No sé cómo, pero un carnero desbocado apareció ante nosotros cuando logramos zafarnos de algún que otro soldado molesto con mi disparo fallido. Fue una locura disparar allí, en mitad de las puertas, pero no tenía más remedio. Más que una orden, es una cuestión de lógica: seis piernas no pueden ganar en velocidad y resistencia a las ocho patas de dos caballos entrenados para soportar largos viajes.
Cumbre Umbría logró conseguirnos un vehículo gracias a su don de gentes, válgase el sarcasmo, y les seguimos hasta el cementerio. Las cosas empezaron a torcerse en ese punto, y Sir Jack acabó siendo asesinado por el único encapuchado que quedaba con vida; quizá si Dálaras hubiera decidido no romper la cuerda de su arco en ese momento las cosas habrían sido muy diferentes, y mis reflejos ante ese suceso fueron demasiado lentos a la hora de intentar salvar al maldito noble. Habíamos fallado, pero aún quedaba la esperanza de que Clover y Tilda estuvieran a salvo... y lo mejor estaba por llegar todavía.
Lo recuerdo todo a la perfección, situados en aquella casucha apartada del bosque junto al Lago Canto de Cristal. Eran altas horas de la noche, y la oscuridad había atrapado al Bosque de Elwynn en su sueño eterno, acompañada por la brisa nocturna que mecía las hojas de los árboles y provocaba pequeñas ondas en el devenir del agua. Sir Jack, o Jack, de poco le valen los títulos a un cadáver, yacía bajo la fría tierra después de haberle dedicado un improvisado entierro. Nadie vertió lágrimas por él, a nadie le importaba realmente su destino. Regresábamos de su sepultura cuando nos encontramos con un jinete, vestido al completo con una armadura de placas de color oscuro, frente a la casa y el resto del séquito.
El muy hijo de puta quería que entregáramos a los muchachos, así como al Conde, siendo acusado de traición por el mismo Lord Grisalba. Una sensación fría y áspera me recorrió la espalda, ¿cómo sabía dónde estábamos, de dónde había salido? Todo me resultaba muy extraño. Mis compañeros enmudecieron, clavando sus miradas ante aquel caballero. Medité sus palabras, en silencio, hasta que esbocé una sonrisa en mis labios sin perder mi semblante serio; aquel capullo de Grisalba no tenía potestad sobre nosotros, y si nos iban a matar de todos modos mejor hacerlo con una espada en la mano. Quizá debí haber cerrado la boca, que hablara alguien más inteligente para esas situaciones. No sé si será mi sangre Landcaster, mi sangre de Byrne, o si directamente soy un orgulloso de mierda, pero no iba a conseguir amedrentarme un inútil emplacado con aires de grandeza.
La segunda advertencia fue un tanto más amenazante, pues dos caballos aparecieron de la nada y nos arrollaron tanto a mí como a Dálaras, con intención de dejar claro que usarían las armas llegados al punto. Me limité a seguir con mi habladuría, en mis trece, demostrando que no es recomendable pisar la cola de los leones. No tardó en empezar el combate, y nosotros contábamos con una ventaja que no iba a desaprovechar.
Los caballeros, espadas juramentadas, guardianes... llamadlos como queráis. Todos ellos aspiran al honor en la batalla, a las grandes hazañas logradas por su habilidad marcial y sentido del deber y honorabilidad, el honor de la guerra. Jamás olvidaré las palabras de mi padre, que tan bien me han servido en el campo de batalla:
<<Luchar con honor es algo que puede reservarse para las justas y los duelos personales, pero la guerra no tiene nada de honorable. En la guerra, Lareon, prima la supervivencia, y si debes valerte de lo que esté en tu mano y más para seguir con vida y dar muerte a tu enemigo... el honor te llevará directo a la tumba>>
Fui rápido y eficaz, y conseguí dejar fuera de combate a uno de los caballero arrojando mi daga contra la cabeza de su corcel, el cual se desplomó en el suelo aplastándole la pierna. Sagar podía mantener un cara a cara con el adversario del yelmo y la maza, ambos nos compenetramos bien y confiamos el uno en el otro para este tipo de situaciones. Confiaba en su pericia para que saliera con vida del enfrentamiento. El tercer hombre, por otro lado, volvió a arrollarme sin contención alguna, y me precipité hacia el suelo con tanta fuerza que mi cabeza no paraba de dar vueltas y mis músculos se entumecían por el dolor de la embestida y la caída. Eso sí, logré vengarme del cabrón.
El duelo que mantuvo con Zarek se detuvo en el momento que intentó salvar a su compañero, quien se apenaba de la muerte de su montura. Carbón la llamaba, menudo imbécil. Darme la espalda fue un error que no tardó en pagar cuando le incrusté una daga envenenada entre la armadura, dejando que la toxina hiciera su trabajo al entrar en su cuerpo gracias a su herida. Me bastó un poco de coacción para convencerle de su muerte próxima, y lo que conseguí ganar fue que dos espadas bastante enfurecidas por mi 'falta de honor en combate' se dispusieran a darme una muerte dolorosa. El tercero no tardó mucho en cagarse encima (además literalmente, pero eso vendría despues) y tratar de huir del lugar. Fui un poco estúpido, pues su marcha facilitaría que nuestra posición fuera delatada y acudieran refuerzos con él, pero algo inesperado pasó con su caballo.
Aún le doy vueltas a lo ocurrido. Vivienne ya me lo advirtió en su momento, y la he visto actuar lo suficiente como para saber cuándo la magia negra entra en escena; Smith había sido purificada, la escoltamos a Villanorte para ello, pero no se abandonan esas artes tan fácilmente. No lo sé, no estoy totalmente seguro de mis sospechas, pero Helen estaba allí y ese animal se desbocó de repente y sin motivo alguno. La bestia trató de arrollar a los otros dos, quienes lograron esquivarla y después se estampó contra un árbol y murió. El caballero Carbón, llamémosle así, fue otro que cometió el error de perderme de vista, fue su perdición.
Tenía dos dagas conmigo, por lo que no me tomé mucho tiempo hasta darme la vuelta y clavarle la hoja en el pómulo con tanta fuerza que la sangre empezó a brotar y por su cara corría un torrente carmesí que no parecía tener fin. Amenacé a su amigo con cortarle el cuello ahí mismo, para que Dálaras pudiera atacarle por la espalda, pero no vi venir el puñal que el moribundo me ensartó en el costado en una última bocanada de aire.
Mi grito fue desgarrador, y sentí el calor de mi propia sangre manchar la tela, el cuero y lo poco que llevaba de armadura. Mis heridas ya eran cuantiosas y me pesaban los ojos; joder, me pesaba todo el cuerpo. Caí sobre mis rodillas, abatido y luchando por mantenerme despierto. No iba a permitir que esos desgraciados me vieran débil, no iban a conseguir que me tragara mi orgullo. Traté de mantenerme aún desafiante, pero me abandonaban las fuerzas. Zarek distrajo al del caballo desbocado para encararle y enzarzarse en un intercambio de tajos y golpes después de que Smith me salvara de una muerte segura, interponiéndose entre las hojas del enemigo. A ambos les debo seguir respirando después de aquella noche.
De pronto, las puertas de la casa se abrieron de golpe, y Lord Adkins Landcaster surgió del interior, armado y enfurecido, para plantar cara a los dos hombres restantes. Pese a ser alguien entrado en edad, luchó con una habilidad digna del más fiero de los leones, acabando con la vida de uno de ellos en combate singular. La Escudera consiguió embestir al último cuando trataba de huir al verse solo frente al séquito y al Conde, cumplió su parte y estoy orgulloso de ella. Cuando la espada de Lord León atravesó su clavícula, todos supimos que la batalla había terminado.
La calma posterior no tardó en convertirse en incertidumbre. Si Lord Grisalba se había atrevido a hacer aquello, realmente el Condado de Montenor tenía más problemas y enemigos de los que pensábamos y la situación era cuanto menos alarmante. Logramos recomponernos de aquello, y el mismísimo Adkins me acompañó al interior para que mis heridas pudieran ser sanadas. Había algo en su gesto, algo que nunca le había visto cuando se dirigía hacia a mí, hacia el bastardo. ¿Se sentía orgulloso por mi labor, había visto en mí a un león como los que adornan su blasón, aceptaba la sangre que corría por mis venas? Supongo que el tiempo me lo dirá; sea como fuere estoy seguro de algo, y es que esa noche aquel hombre empezó a verme con otros ojos.
Tilda y Clover estaban a salvo, habíamos cumplido nuestra labor por y para la Casa Landcaster y los enemigos del León estaban muertos. Me sentí satisfecho por el deber cumplido, por muy poco que disfrutara de estar allí seguía siendo mi cometido el servir a la causa. Al verme al borde de la muerte no pude evitar pensar en Vivienne, en cómo podría sentirse si muriese... pero no lo hice. Aún me queda mucha guerra por dar en este mundo al borde del apocalipsis, y quizá algún día los dos podríamos estar juntos de verdad sin secretos, mentiras y escondrijos.
Una cosa era segura, si Lord Grisalba no consigue que los nobles de Ventormenta le ayuden a llevarnos ante la justicia por traición y presenciar nuestro final, será él quien lo haga con todos los medios que tenga a su alcance. Ha llegado el momento de que el león saque las garras y se prepare para luchar como nunca lo ha hecho.
Capítulo XI. Rojo
Relatado a través de la Escudera Rylie Sagar
Los recuerdos son, de por sí, inofensivos.
Son colores y sombras en el viento, van y vienen sin cesar. Existen, porque los ves tan claros como el día, y no existen, porque a menudo lo que recordamos no es la realidad. Y es cierto que tenemos la extraña e indecisa manía de tergiversar nuestras memorias hasta lo que queda de ellas no es más que una telaraña, donde nosotros somos el depredador arácnido que espera paciente en el centro, de forma que todos los hilos nos llevan a creer que lo que queremos recordar, sea cierto o no, es real.
Hay diferentes tipos de recuerdos. Están los que te hacen sonreír en un día frío y oscuro donde el viento y el gélido aire se te mete entre los huesos, sin manta ni fuego que pueda calentarte. Después, están los recuerdos de tus errores, de lo que dijiste, o lo que no hiciste en su momento, que son oscuros y grises y pálidos del más ennegrecido blanco, que se apoderan de tus emociones hasta que lo único que queda de ti en un día hermoso es el resultado de tus errores.
Mis recuerdos son, a menudo, repentinos.
Se retuercen en mi mente y son leña para el fuego de la locura. Hacen que las zarzas que cruzan el camino por mis recuerdos se haga volátil, cobre vida propia, cojan colores y formas que nadie ha visto jamás y que, por lo tanto, son imposibles de describir. Esos recuerdos susurran verdades innatas, intimas e irreprochables. Aparecen de la más fría nada, del vacío aterrador que ocupa el espacio entre cada recuerdo.
Normalmente, estoy protegida contra ellos. Sé lo que son, de dónde vienen. Son mi verdad, las agujas de cada zarza y cada espino, cada desvío del camino que solo lo hace un poco más largo y doloroso. Mi muro me protege. Mi yo despierta.
Pero hay veces… hay veces en las que ni ella puede detenerlos. Hay veces en las que susurran cosas que son demasiado ciertas como para ignorarlas, demasiado imponentes e irremediables. A veces, cuando yo cobro vida, que no puedo detener que algunos recuerdos abran sus puertas de par en par e inunden todo el camino de colores extraños, parecidos al rojo pero sin serlo. Tiñen el cielo y el camino y las zarzas, hasta que todo es una masa homogénea de rojo.
Pero creo que me precipito. A veces, cuando me pierdo en mis recuerdos, necesito volver a atrás en el tiempo para saber dónde me encuentro, qué camino seguir y qué caminos me llevarían a través de alguna de mis sendas oscuras. Tendré que tener cuidado, de ahora en adelante, hasta saber dónde pongo mis pies.
Creo recordar que la noche comenzó con el vasallaje de Roca. Fue relativamente rápido, con un discurso y palabras que se han repetido unas cuantas veces desde que yo misma juré servir a la Casa Landcaster. Siempre son las mismas palabras, premeditadas y preparadas con antelación ambiciosa. En alguna parte de la sala, el Mago leía un libro flotante. Flotante. Esa simple y clara muestra de magia ya me tenía en mis talones hasta que el Lord Comandante le hizo parar con una mirada y un gesto.
Recuerdo que Roca, Cumbre Umbría y la pelirroja nerviosa se fueron a hacer yo qué sé qué, no presté demasiada atención. Aunque creo que no dijeron qué iban a hacer, así que nadie puede acusarme de ausentarme. Al fin y al cabo mi capacidad tiene un límite, así que suelo bloquear lo que no me incumba.
Tampoco puedo decir que sepa lo iba a pasar a continuación, lo que nuestros superiores tenían planeado para el Mago, el Enano, para Dálaras o para mí, de una forma u otra. El sonido de unas campanas nos sacudió del aire de tranquilidad de la sala, de la seguridad que daban las paredes de Fauce Dorada.
Vale, hasta aquí bien. Los caminos enzarzados que llevan de un recuerdo a otro están comenzando a teñirse de un extraño color rojizo, así que tengo que darme prisa a encontrar el origen. El origen del problema que dio pie a las campanadas, sin embargo, fue más fácil de encontrar.
Una pequeña aldea rodeada de bastas granjas, Vista Dorada, había prendido y el fuego se apoderaba poco a poco de todo a su paso. Al llegar, la imponente figura de un granero en llamas llamó mi atención durante unos segundos, aunque el campo de detrás no tardó en preocuparme. Eso sería difícil de controlar. De un lado a otro, campesinos histéricos o aturdidos decoraban un paisaje ennegrecido por el fuego y la desesperación de sus voces.
El Enano me miró, me preguntó cuál era el plan, que no teníamos mucho tiempo. Como si yo estuviera capacitada para este tipo de situaciones. El mando de un pequeño grupo es algo aun nuevo, algo incómodo y ajeno a mis experiencias. Tener el control de una situación nunca es cómodo, y eso es algo que probablemente jamás cambie.
Al final me decidí por mandar a Dálaras y al Enano a evacuar civiles, mientras mandé al Mago a intentar apagar los fuegos del campo una vez estuve segura de que podría hacerlo. No tenía otra cosa más que su palabra.
Para ser sincera, la situación al completo me superaba. Durante unos segundos me quedé en blanco, sin saber bien qué hacer. Cómo actuar. Por alguna parte, el Enano y Dálaras intentaban salvar ciudadanos, convencerlos para que evacuasen, pero entre el bullicio de la gente los perdí de vista casi al momento. Por alguna otra, el Mago intentaba apagar los campos, como le había ordenado.
Me paralicé unos segundos. Mucha gente. Muchas voces hablando al unísono, disconformes y divididas. Intenté centrarme en los individuos, y fue solo entonces cuando parecí descongelarme, meros segundos después. Los aldeanos parecían preocupados con el granero, cuando yo pensaba que sería mejor apagar los campos. No soy lo suficientemente orgullosa como para admitir mis errores, así que rectifiqué mi camino. Si tanto querían su comida, que trabajaran por mantenerla.
Alcé la voz, a pesar de que no me gusta hacerlo, por encima de todas las demás, del chispeante sonido del fuego. Los campesinos siguieron mis órdenes e hicieron una fila hasta el granero, pasándose cubos de agua de unos a otros sin cesar para apagarlo.
No muy lejos, otra casa prendió fuego, esta vez con una explosión. No sé si las demás prendieron de la misma forma, pero empecé a pensar que el fuego no era accidental, aunque no perdí demasiado el tiempo en pensar razones que probablemente jamás podría deducir.
Me acerqué a la casa que había estallado y me encontré que Dálaras y el Enano ya se encontraban allí. La casa estaba completamente en llamas, medio destrozada ya, pero parecía que el montaraz y el Enano parecían insistentes en entrar, diciendo que había civiles dentro. Me acerqué a la puerta y reventé la cerradura de una patada al escuchar eso, apartándome a tiempo cuando la apertura repentina de la puerta hizo que la misma casa escupiera llamas.
Y entonces lo escuché, el claro sonido de niños pidiendo ayuda.
Ah, aquí es. Aquí, en este momento, es cuando se crean las bifurcaciones, oscuras y repentinas. Algunas suben y otras bajan, cuando de por sí el camino suele ser igual. A partir de aquí, las zarzas ya comienzan a coger un color rojizo, al igual que todo lo demás. Un momento estaba allí, con el mandoble de mi padre tras la espalda, y al siguiente ya no. Estaba en un momento distinto, en otro tiempo y en otro lugar. Frente a mí podía ver claramente una casa ardiendo, pero la forma era diferente. La forma era una que yo conocía bien, puesto que la he visto muchísimas veces.
Aun seguía en Vista Dorada, eso lo sé. Lo sabía ya entonces. Pero frente a mí, lo único que podía ver eran los ecos de mis recuerdos, que repentinos y punzantes se adentraron en mi mente sin mi permiso, haciéndome ver cosas que no eran realidad.
Por unos segundos, antes de recordar que lo que veía era un recuerdo y nada más, me congelé. Las voces de todo lo demás eran un susurro distante que no terminaba por captar. Cerré los ojos con fuerza. No es real, pensé. Controlate, controlalo. Es un recuerdo, no es real. Parecía real. El fuego de la casa desfigurada me quemaba la cara, tal y como lo hizo en aquel entonces. No es real. A mi lado, una figura que ya no está miraba la casa arder conmigo. No es real. Podía escuchar con claridad los gritos de adultos que se mezclaban con los gritos de una niña que ya no existe. ¡No es real!
Abrí los ojos con decisión, y la ilusión se distorsionó de nuevo de forma que lo que veía frente a mí era de nuevo la realidad. Desde dentro de la casa, Dálaras pedía ayuda. Ni siquiera le vi entrar.
Sin importarme demasiado el fuego, entré en la casa. Las placas de mi armadura me protegían principalmente de la mayoría de las llamas, aunque la capa y el tabardo fueran de tela, algo que prende fácilmente. Al entrar, la imagen de un par de críos bajo una viga de madera junto con la cabeza aplastada de un hombre por la misma le daban un aspecto grotesco a la escena, mientras Dálaras y el Enano intentaban levantar la viga. Me acerqué al instante, poniendo mis manos bajo la madera caliente y juntos hicimos fuerza para levantarla.
No conseguimos demasiado, pero el niño pequeño logró arrastrarse y salir. La hermana no tuvo tanta suerte. Recuerdo gruñir ligeramente cuando el Enano le dijo al niño de ayudar a su hermana, lo cual, si me preguntan a mí, sería una idea estúpida. Lo mejor que podría hacer el niño era salir y apartarse de en medio. Por suerte, una familiar del crío consiguió sacarlo una vez estuvo en la puerta, llevándoselo lejos del peligro del fuego.
Necesitaríamos más ayuda. Dálaras llamó al Mago para eso mismo, puesto que parecía haber acabado con los campos. Nosotros aun sujetábamos la viga para no aplastar a la niña cuando, de repente, otra explosión dañó la casa de al lado y le prendió fuego. Los cristales y el humo comenzaban a hacer mella, sobretodo a la niña, que ya comenzaba a costarle respirar, cuando el puto Mago seguía sin hacernos caso.
Grité junto a Dálaras que se moviera. No pude evitarlo, puesto que estaba haciendo fuerza y alzar la voz me era más sencillo que intentar susurrar mientras mi cara se volvía roja del esfuerzo. Y el cretino tuvo la osadía de preguntar qué queríamos de él, con el tono más tranquilo del mundo.
Es difícil hacerme cabrear, lo es. Sé que no lo parece, pero lo es. Pero este tío lo estaba consiguiendo.
Al final acabó por entrar pero, aparentemente, le dejaron caer de pequeño de cabeza contra el suelo, o algo así, porque el muy-. Vale, tranquila. Inspira, expira, cierra los ojos, tensa los hombros. Disciplina, contrólate.
Al final acabó por entrar con un bostezo, de entre todas las cosas. Y en vez de ayudar a levantar la viga, o ayudar a la niña a salir de debajo, usó su magia en la madera que Dálaras, el Enano y yo sujetábamos. Congeló la superficie. La congeló, y se nos resbaló de entre las manos, cayendo directamente sobre la espalda y la cabeza de la niña. Es un puto milagro que esté viva. El Enano cogió a la niña en brazos y salimos todos de la casa cuando comenzó a ser demasiado respirar por ahí.
La rabia casi me podía, porque aquel cretino no solo había desobedecido, sino que había actuado de forma estúpida con la vida de un civil. Disciplina, Rylie.
Al salir, los aldeanos estaban de nuevo desordenados, habiendo apagado el granero. Como ovejas, lo juro. Al menos consiguieron centrarse un poco al ver al Enano obrar su magia, o su Luz, en este caso. Sanó a la niña, probablemente salvándole la vida, o algún tipo de daño permanente. Así que aproveché ese momento para indicarles que comenzaran a apagar casas. Dálaras se perdió entre la multitud no sé para qué, solo sé que ninguna otra casa volvió a estallar. El Cretino se quedó inconsciente, agotado, y el Enano también parecía cansado, pero al menos estábamos todos vivos, sin haber perdido demasiados civiles por el camino. Se ayudaban unos a otros.
Si me quedaba quieta, sabía que el rojo volvería a inundar mis pensamientos, así que decidí moverme, ayudar a apagar fuegos, pasando cubos. A menor escala el Enano, agotado como estaba, ayudó también siguiéndome hasta que ya no quedaba fuego por apagar en Vista Dorada.
En alguna parte del granero se encontró un dibujo tallado en una viga que, curiosamente, no prendió. El dibujo de una flor de Lys.
A partir de aquí, los recuerdos se vuelven cansados y borrosos, pero comienzan a alcanzar su color normal. El rojizo se va quedando atrás, impregnando esa área de recuerdos de un color rojizo, naranja y amarillo. Cuando estoy en medio de ese color el único que veo es el predominante, uno parecido al rojo, que te rodea por todas partes. Pero mirando de lejos, desde un lugar ajeno, puedo verlo. Es solo cuando estoy lejos que puedo entenderlo.
Rojo es desesperación encarnizada, es la falta de respiración ante un recuerdo desagradable. Es la rabia y la ira ante memorias que acechan cada segundo que pasamos despiertos. Es irritación ante la falta de control, ante la excesiva cantidad de una substancia que apenas sabemos lo que es, puesto que no nos conocemos a nosotros mismos.
Desde lejos puedo verlo. El rojo extraño, su forma. Esa parte de mis recuerdos no está teñida de rojo, no.
Está envuelta en llamas.
Son colores y sombras en el viento, van y vienen sin cesar. Existen, porque los ves tan claros como el día, y no existen, porque a menudo lo que recordamos no es la realidad. Y es cierto que tenemos la extraña e indecisa manía de tergiversar nuestras memorias hasta lo que queda de ellas no es más que una telaraña, donde nosotros somos el depredador arácnido que espera paciente en el centro, de forma que todos los hilos nos llevan a creer que lo que queremos recordar, sea cierto o no, es real.
Hay diferentes tipos de recuerdos. Están los que te hacen sonreír en un día frío y oscuro donde el viento y el gélido aire se te mete entre los huesos, sin manta ni fuego que pueda calentarte. Después, están los recuerdos de tus errores, de lo que dijiste, o lo que no hiciste en su momento, que son oscuros y grises y pálidos del más ennegrecido blanco, que se apoderan de tus emociones hasta que lo único que queda de ti en un día hermoso es el resultado de tus errores.
Mis recuerdos son, a menudo, repentinos.
Se retuercen en mi mente y son leña para el fuego de la locura. Hacen que las zarzas que cruzan el camino por mis recuerdos se haga volátil, cobre vida propia, cojan colores y formas que nadie ha visto jamás y que, por lo tanto, son imposibles de describir. Esos recuerdos susurran verdades innatas, intimas e irreprochables. Aparecen de la más fría nada, del vacío aterrador que ocupa el espacio entre cada recuerdo.
Normalmente, estoy protegida contra ellos. Sé lo que son, de dónde vienen. Son mi verdad, las agujas de cada zarza y cada espino, cada desvío del camino que solo lo hace un poco más largo y doloroso. Mi muro me protege. Mi yo despierta.
Pero hay veces… hay veces en las que ni ella puede detenerlos. Hay veces en las que susurran cosas que son demasiado ciertas como para ignorarlas, demasiado imponentes e irremediables. A veces, cuando yo cobro vida, que no puedo detener que algunos recuerdos abran sus puertas de par en par e inunden todo el camino de colores extraños, parecidos al rojo pero sin serlo. Tiñen el cielo y el camino y las zarzas, hasta que todo es una masa homogénea de rojo.
Pero creo que me precipito. A veces, cuando me pierdo en mis recuerdos, necesito volver a atrás en el tiempo para saber dónde me encuentro, qué camino seguir y qué caminos me llevarían a través de alguna de mis sendas oscuras. Tendré que tener cuidado, de ahora en adelante, hasta saber dónde pongo mis pies.
Creo recordar que la noche comenzó con el vasallaje de Roca. Fue relativamente rápido, con un discurso y palabras que se han repetido unas cuantas veces desde que yo misma juré servir a la Casa Landcaster. Siempre son las mismas palabras, premeditadas y preparadas con antelación ambiciosa. En alguna parte de la sala, el Mago leía un libro flotante. Flotante. Esa simple y clara muestra de magia ya me tenía en mis talones hasta que el Lord Comandante le hizo parar con una mirada y un gesto.
Recuerdo que Roca, Cumbre Umbría y la pelirroja nerviosa se fueron a hacer yo qué sé qué, no presté demasiada atención. Aunque creo que no dijeron qué iban a hacer, así que nadie puede acusarme de ausentarme. Al fin y al cabo mi capacidad tiene un límite, así que suelo bloquear lo que no me incumba.
Tampoco puedo decir que sepa lo iba a pasar a continuación, lo que nuestros superiores tenían planeado para el Mago, el Enano, para Dálaras o para mí, de una forma u otra. El sonido de unas campanas nos sacudió del aire de tranquilidad de la sala, de la seguridad que daban las paredes de Fauce Dorada.
Vale, hasta aquí bien. Los caminos enzarzados que llevan de un recuerdo a otro están comenzando a teñirse de un extraño color rojizo, así que tengo que darme prisa a encontrar el origen. El origen del problema que dio pie a las campanadas, sin embargo, fue más fácil de encontrar.
Una pequeña aldea rodeada de bastas granjas, Vista Dorada, había prendido y el fuego se apoderaba poco a poco de todo a su paso. Al llegar, la imponente figura de un granero en llamas llamó mi atención durante unos segundos, aunque el campo de detrás no tardó en preocuparme. Eso sería difícil de controlar. De un lado a otro, campesinos histéricos o aturdidos decoraban un paisaje ennegrecido por el fuego y la desesperación de sus voces.
El Enano me miró, me preguntó cuál era el plan, que no teníamos mucho tiempo. Como si yo estuviera capacitada para este tipo de situaciones. El mando de un pequeño grupo es algo aun nuevo, algo incómodo y ajeno a mis experiencias. Tener el control de una situación nunca es cómodo, y eso es algo que probablemente jamás cambie.
Al final me decidí por mandar a Dálaras y al Enano a evacuar civiles, mientras mandé al Mago a intentar apagar los fuegos del campo una vez estuve segura de que podría hacerlo. No tenía otra cosa más que su palabra.
Para ser sincera, la situación al completo me superaba. Durante unos segundos me quedé en blanco, sin saber bien qué hacer. Cómo actuar. Por alguna parte, el Enano y Dálaras intentaban salvar ciudadanos, convencerlos para que evacuasen, pero entre el bullicio de la gente los perdí de vista casi al momento. Por alguna otra, el Mago intentaba apagar los campos, como le había ordenado.
Me paralicé unos segundos. Mucha gente. Muchas voces hablando al unísono, disconformes y divididas. Intenté centrarme en los individuos, y fue solo entonces cuando parecí descongelarme, meros segundos después. Los aldeanos parecían preocupados con el granero, cuando yo pensaba que sería mejor apagar los campos. No soy lo suficientemente orgullosa como para admitir mis errores, así que rectifiqué mi camino. Si tanto querían su comida, que trabajaran por mantenerla.
Alcé la voz, a pesar de que no me gusta hacerlo, por encima de todas las demás, del chispeante sonido del fuego. Los campesinos siguieron mis órdenes e hicieron una fila hasta el granero, pasándose cubos de agua de unos a otros sin cesar para apagarlo.
No muy lejos, otra casa prendió fuego, esta vez con una explosión. No sé si las demás prendieron de la misma forma, pero empecé a pensar que el fuego no era accidental, aunque no perdí demasiado el tiempo en pensar razones que probablemente jamás podría deducir.
Me acerqué a la casa que había estallado y me encontré que Dálaras y el Enano ya se encontraban allí. La casa estaba completamente en llamas, medio destrozada ya, pero parecía que el montaraz y el Enano parecían insistentes en entrar, diciendo que había civiles dentro. Me acerqué a la puerta y reventé la cerradura de una patada al escuchar eso, apartándome a tiempo cuando la apertura repentina de la puerta hizo que la misma casa escupiera llamas.
Y entonces lo escuché, el claro sonido de niños pidiendo ayuda.
Ah, aquí es. Aquí, en este momento, es cuando se crean las bifurcaciones, oscuras y repentinas. Algunas suben y otras bajan, cuando de por sí el camino suele ser igual. A partir de aquí, las zarzas ya comienzan a coger un color rojizo, al igual que todo lo demás. Un momento estaba allí, con el mandoble de mi padre tras la espalda, y al siguiente ya no. Estaba en un momento distinto, en otro tiempo y en otro lugar. Frente a mí podía ver claramente una casa ardiendo, pero la forma era diferente. La forma era una que yo conocía bien, puesto que la he visto muchísimas veces.
Aun seguía en Vista Dorada, eso lo sé. Lo sabía ya entonces. Pero frente a mí, lo único que podía ver eran los ecos de mis recuerdos, que repentinos y punzantes se adentraron en mi mente sin mi permiso, haciéndome ver cosas que no eran realidad.
Por unos segundos, antes de recordar que lo que veía era un recuerdo y nada más, me congelé. Las voces de todo lo demás eran un susurro distante que no terminaba por captar. Cerré los ojos con fuerza. No es real, pensé. Controlate, controlalo. Es un recuerdo, no es real. Parecía real. El fuego de la casa desfigurada me quemaba la cara, tal y como lo hizo en aquel entonces. No es real. A mi lado, una figura que ya no está miraba la casa arder conmigo. No es real. Podía escuchar con claridad los gritos de adultos que se mezclaban con los gritos de una niña que ya no existe. ¡No es real!
Abrí los ojos con decisión, y la ilusión se distorsionó de nuevo de forma que lo que veía frente a mí era de nuevo la realidad. Desde dentro de la casa, Dálaras pedía ayuda. Ni siquiera le vi entrar.
Sin importarme demasiado el fuego, entré en la casa. Las placas de mi armadura me protegían principalmente de la mayoría de las llamas, aunque la capa y el tabardo fueran de tela, algo que prende fácilmente. Al entrar, la imagen de un par de críos bajo una viga de madera junto con la cabeza aplastada de un hombre por la misma le daban un aspecto grotesco a la escena, mientras Dálaras y el Enano intentaban levantar la viga. Me acerqué al instante, poniendo mis manos bajo la madera caliente y juntos hicimos fuerza para levantarla.
No conseguimos demasiado, pero el niño pequeño logró arrastrarse y salir. La hermana no tuvo tanta suerte. Recuerdo gruñir ligeramente cuando el Enano le dijo al niño de ayudar a su hermana, lo cual, si me preguntan a mí, sería una idea estúpida. Lo mejor que podría hacer el niño era salir y apartarse de en medio. Por suerte, una familiar del crío consiguió sacarlo una vez estuvo en la puerta, llevándoselo lejos del peligro del fuego.
Necesitaríamos más ayuda. Dálaras llamó al Mago para eso mismo, puesto que parecía haber acabado con los campos. Nosotros aun sujetábamos la viga para no aplastar a la niña cuando, de repente, otra explosión dañó la casa de al lado y le prendió fuego. Los cristales y el humo comenzaban a hacer mella, sobretodo a la niña, que ya comenzaba a costarle respirar, cuando el puto Mago seguía sin hacernos caso.
Grité junto a Dálaras que se moviera. No pude evitarlo, puesto que estaba haciendo fuerza y alzar la voz me era más sencillo que intentar susurrar mientras mi cara se volvía roja del esfuerzo. Y el cretino tuvo la osadía de preguntar qué queríamos de él, con el tono más tranquilo del mundo.
Es difícil hacerme cabrear, lo es. Sé que no lo parece, pero lo es. Pero este tío lo estaba consiguiendo.
Al final acabó por entrar pero, aparentemente, le dejaron caer de pequeño de cabeza contra el suelo, o algo así, porque el muy-. Vale, tranquila. Inspira, expira, cierra los ojos, tensa los hombros. Disciplina, contrólate.
Al final acabó por entrar con un bostezo, de entre todas las cosas. Y en vez de ayudar a levantar la viga, o ayudar a la niña a salir de debajo, usó su magia en la madera que Dálaras, el Enano y yo sujetábamos. Congeló la superficie. La congeló, y se nos resbaló de entre las manos, cayendo directamente sobre la espalda y la cabeza de la niña. Es un puto milagro que esté viva. El Enano cogió a la niña en brazos y salimos todos de la casa cuando comenzó a ser demasiado respirar por ahí.
La rabia casi me podía, porque aquel cretino no solo había desobedecido, sino que había actuado de forma estúpida con la vida de un civil. Disciplina, Rylie.
Al salir, los aldeanos estaban de nuevo desordenados, habiendo apagado el granero. Como ovejas, lo juro. Al menos consiguieron centrarse un poco al ver al Enano obrar su magia, o su Luz, en este caso. Sanó a la niña, probablemente salvándole la vida, o algún tipo de daño permanente. Así que aproveché ese momento para indicarles que comenzaran a apagar casas. Dálaras se perdió entre la multitud no sé para qué, solo sé que ninguna otra casa volvió a estallar. El Cretino se quedó inconsciente, agotado, y el Enano también parecía cansado, pero al menos estábamos todos vivos, sin haber perdido demasiados civiles por el camino. Se ayudaban unos a otros.
Si me quedaba quieta, sabía que el rojo volvería a inundar mis pensamientos, así que decidí moverme, ayudar a apagar fuegos, pasando cubos. A menor escala el Enano, agotado como estaba, ayudó también siguiéndome hasta que ya no quedaba fuego por apagar en Vista Dorada.
En alguna parte del granero se encontró un dibujo tallado en una viga que, curiosamente, no prendió. El dibujo de una flor de Lys.
A partir de aquí, los recuerdos se vuelven cansados y borrosos, pero comienzan a alcanzar su color normal. El rojizo se va quedando atrás, impregnando esa área de recuerdos de un color rojizo, naranja y amarillo. Cuando estoy en medio de ese color el único que veo es el predominante, uno parecido al rojo, que te rodea por todas partes. Pero mirando de lejos, desde un lugar ajeno, puedo verlo. Es solo cuando estoy lejos que puedo entenderlo.
Rojo es desesperación encarnizada, es la falta de respiración ante un recuerdo desagradable. Es la rabia y la ira ante memorias que acechan cada segundo que pasamos despiertos. Es irritación ante la falta de control, ante la excesiva cantidad de una substancia que apenas sabemos lo que es, puesto que no nos conocemos a nosotros mismos.
Desde lejos puedo verlo. El rojo extraño, su forma. Esa parte de mis recuerdos no está teñida de rojo, no.
Está envuelta en llamas.
Capítulo XII. Levantamiento
Relatado a través de Lady Vivienne Hawkins
Querida Co.
Sé que acordamos reunirnos en un par de lunas pero me temo que se me ha complicado todo un poco. Es surrealista las situaciones que le hacen pasar a la corte aquí. El Conde nos reunió este medio día por una misión de vital importancia. No entraré en detalles pero al parecer había un levantamiento de mineros en el Reposo del León y debíamos frenarlo en cuanto antes. La guardia dorada nos escoltó hacía la zona, seguidos de un gran ejercito que pronto dejaríamos atrás para que no se sintiesen amenazados, nuestra mayor prioridad era evitar el derramamiento de sangre y solucionar todo esto de forma pacífica. Llegamos a caballo y decidimos acercarnos un grupo más reducido, desgraciadamente el agua nos separaba de nuestra meta, un río de gélida agua nos dificultaba el paso. Y lo más absurdo de todo es que llevábamos un mago en la comitiva. Después de unos largos minutos decidí agilizar las cosas sugiriendo a Melthur que congelase el agua, lo que creo que no le sentó muy bien pero querida, ¿A quien le importa? Finalmente logramos cruzar el maldito río, y vimos una actitud ciertamente hostil en los mineros, cuando nos veían se limitaban atacar sin mediar palabra. El Lord Comandante dio la orden de que no matasen a los mineros, sin embargo parece que a Katy no le importó mucho ya que le ensartó una flecha en el corazón al primero que nos cruzamos. No obstante, la que sin duda me sorprendió fue Elisabet… Tenía entendido que no le gustaba la violencia y le vi apuñalar hasta cinco veces a un minero… Quizás un tanto sádica para mi gusto. Como si no fuese suficiente difícil la situación, nos vimos sorprendidos cuando nos empezaron a caer piedras de lo alto de la montaña. Yo salí ilesa gracias a Sagar que se interpuso entre los proyectiles y yo. No obstante, no podríamos decir lo mismo de Hrotgar, Helen y Elisabet, de hecho, ésta última se abrió la cabeza. Vimos una barricada y Melthur la destruyó, seguía siendo complicado ya que las piedras no cesaban. Cuando por fin llegamos a la entrada de la mina e intentamos negociar con los mineros, de golpe, ocurrió una explosión que nos desorientó todavía más.
Rylie, Helen y Vayron estuvieron a punto de despeñarse debido al polvo que se levantó. Pude percibir al Lord Comandante dando palos de ciego… “Esté es mi momento” pensé… Podría quitarme muchos dolores de cabeza rápidamente… No obstante, finalmente parece que no soy la misma. Le ayudé. Al final le habré cogido cariño y todo. El caso es que gracias al mago que parece que no hace nada pero al final si que hace logramos salvarlos a todos. Intentamos salir con el máximo sigilo posible, Lord Ferrobravo ordeno que no nos separasemos, pero como siempre esa arpía de Helen tiene que ir a su bola y su perrito faldero Sir Dunnabar detrás de ella. Al final volvieron, escuchar a la sirvienta constantemente diciendo lo que tenemos que hacer se hace muy pesado la verdad. El Lord Comandante, Rylie y Lareon se acercaron prudentemente para enfrentarse a un par de mineros que estaban discutiendo. Al parecer, cuando parecia que iban a escucharles vimos como alguien desde una zona elevada hizo explotar unos barriles. Debo reconocerlo: Mi corazón se detuvo por un segundo. No pude evitar salir corriendo al pensar que habían herido… Bueno, dejemos eso para otro día.
El caso es que se nos escapó, y ahora nos toca pasar la noche aquí, en un cochambroso campamento.
Lo siento querida, te vendré a ver en cuanto pase por la Capital.
Atte.
Lady Serpiente
Sé que acordamos reunirnos en un par de lunas pero me temo que se me ha complicado todo un poco. Es surrealista las situaciones que le hacen pasar a la corte aquí. El Conde nos reunió este medio día por una misión de vital importancia. No entraré en detalles pero al parecer había un levantamiento de mineros en el Reposo del León y debíamos frenarlo en cuanto antes. La guardia dorada nos escoltó hacía la zona, seguidos de un gran ejercito que pronto dejaríamos atrás para que no se sintiesen amenazados, nuestra mayor prioridad era evitar el derramamiento de sangre y solucionar todo esto de forma pacífica. Llegamos a caballo y decidimos acercarnos un grupo más reducido, desgraciadamente el agua nos separaba de nuestra meta, un río de gélida agua nos dificultaba el paso. Y lo más absurdo de todo es que llevábamos un mago en la comitiva. Después de unos largos minutos decidí agilizar las cosas sugiriendo a Melthur que congelase el agua, lo que creo que no le sentó muy bien pero querida, ¿A quien le importa? Finalmente logramos cruzar el maldito río, y vimos una actitud ciertamente hostil en los mineros, cuando nos veían se limitaban atacar sin mediar palabra. El Lord Comandante dio la orden de que no matasen a los mineros, sin embargo parece que a Katy no le importó mucho ya que le ensartó una flecha en el corazón al primero que nos cruzamos. No obstante, la que sin duda me sorprendió fue Elisabet… Tenía entendido que no le gustaba la violencia y le vi apuñalar hasta cinco veces a un minero… Quizás un tanto sádica para mi gusto. Como si no fuese suficiente difícil la situación, nos vimos sorprendidos cuando nos empezaron a caer piedras de lo alto de la montaña. Yo salí ilesa gracias a Sagar que se interpuso entre los proyectiles y yo. No obstante, no podríamos decir lo mismo de Hrotgar, Helen y Elisabet, de hecho, ésta última se abrió la cabeza. Vimos una barricada y Melthur la destruyó, seguía siendo complicado ya que las piedras no cesaban. Cuando por fin llegamos a la entrada de la mina e intentamos negociar con los mineros, de golpe, ocurrió una explosión que nos desorientó todavía más.
Rylie, Helen y Vayron estuvieron a punto de despeñarse debido al polvo que se levantó. Pude percibir al Lord Comandante dando palos de ciego… “Esté es mi momento” pensé… Podría quitarme muchos dolores de cabeza rápidamente… No obstante, finalmente parece que no soy la misma. Le ayudé. Al final le habré cogido cariño y todo. El caso es que gracias al mago que parece que no hace nada pero al final si que hace logramos salvarlos a todos. Intentamos salir con el máximo sigilo posible, Lord Ferrobravo ordeno que no nos separasemos, pero como siempre esa arpía de Helen tiene que ir a su bola y su perrito faldero Sir Dunnabar detrás de ella. Al final volvieron, escuchar a la sirvienta constantemente diciendo lo que tenemos que hacer se hace muy pesado la verdad. El Lord Comandante, Rylie y Lareon se acercaron prudentemente para enfrentarse a un par de mineros que estaban discutiendo. Al parecer, cuando parecia que iban a escucharles vimos como alguien desde una zona elevada hizo explotar unos barriles. Debo reconocerlo: Mi corazón se detuvo por un segundo. No pude evitar salir corriendo al pensar que habían herido… Bueno, dejemos eso para otro día.
El caso es que se nos escapó, y ahora nos toca pasar la noche aquí, en un cochambroso campamento.
Lo siento querida, te vendré a ver en cuanto pase por la Capital.
Atte.
Lady Serpiente
Escucho las gotas de agua chocar contra la fría piedra. Mi cabeza, me retumba. ¿He muerto? No… Aquí hace más frío que en la propia muerte. Siento dolor… Mi cuerpo entumecido y a penas puedo moverme. Estoy atada de manos y pies, de cuerpo y alma.
¿Será este mi final?
Todo cuanto recuerdo es difuso, íbamos a negociar, Smith y yo subimos por esa inestable grúa y después... Negociamos. ¿Ganamos?
No lo sé.
Me quedé como rehén, pero algo salió mal, de eso no hay duda.
Mi vida, todo lo que he hecho para llegar hasta aquí… ¿Es este mi destino? No puedo evitar pensar en todos mis pasos desde que tengo memoria, en todos mis errores y en todos mis aciertos. En todas las personas que han pasado por mi vida.
Paul… ¿Al fin nos reuniremos? No puedo evitar sonreír, tu recuerdo me transporta a esos momentos donde la vida era mejor, menos complicada. Juré vengar tu muerte, me desvíe de la senda de la Luz por ello y ahora ya nada de eso importa.
A veces pienso que Vivienne Hawkins murió contigo.
Enemigos, tan sólo veo enemigos. Dejé de confiar en los demás cuando perdí a la persona que más he amado desde el principio de mi miserable existencia. ¿Todo para que?
Abro los ojos y tan sólo veo oscuridad. Sigo escuchando el eco del agua chocar contra el suelo, ese hombre volverá a comprobar que sigo con vida. Anhelo salir de esta celda, pero no tengo miedo.
¿Rylie? Me diste un empujón para vivir, y desde entonces no has parado de velar por mí. Siempre he pensado que eras una herramienta útil. Fiel y difícil de manipular, pero pensé haberlo logrado.
¿Por qué considerando que eras una herramienta no puedo evitar pensar que te he fallado?
Enemigos. Enemigos en cada diminuta parte de Azeroth.
Debo darte las gracias… Lareon. Sin duda me has cambiado. Tenerte a mí lado ha sido lo mejor que me ha pasado desde hace muchos años. Sé que ahora mismo me estarás buscando, sé que no pararás hasta lograr dar conmigo. Jamás dejaré que te ocurra nada, te defenderé por encima de todo y todos, porqué juntos estamos en esto. Sin embargo…
Mi único error fue dejar que me cambiases, me volviste débil.
Eso no volverá a ocurrir.
Enemigos, enemigos en las Tierras del Este, enemigos en Kalimdor. Enemigos en Montenor, enemigos en Valle Sombrío, enemigos por todos lados. Enemigos, enemigos, enemigos…
“Debo eliminarlos a todos.”
Vi como absolutamente todo aquello que tenía se perdía en el vacío. Ahora tengo… Tengo mi Mansión, recuperaré mis tierras… Tengo a Lareon y tengo un futuro. Por fin tengo un futuro. Aplastaré a todo el que intente derrotarnos.
Sé que esto es cosa de quienes nos quieren ver caer. Quienes quieren ver caer al Condado de Montenor. Nos vengaremos. Les haremos sufrir, recibirán dolor. Al fin recuerdo como llegué a esta celda, me dejé engañar por mi parte más humana confiando en el pueblo. Patético Vivienne, a estas alturas…
No moriré hoy. Pienso ver caer a todos mis enemigos, uno a uno. Quizás no hoy, ni tampoco mañana, pero juro que los mataré a todos y cada uno de ellos.
Llevo dias encerrada desde que me trasladaron. No sé donde estoy ni que será de mi. Pero pienso acabar con ellos.
Aunque sea lo último que haga.
¿Será este mi final?
Todo cuanto recuerdo es difuso, íbamos a negociar, Smith y yo subimos por esa inestable grúa y después... Negociamos. ¿Ganamos?
No lo sé.
Me quedé como rehén, pero algo salió mal, de eso no hay duda.
Mi vida, todo lo que he hecho para llegar hasta aquí… ¿Es este mi destino? No puedo evitar pensar en todos mis pasos desde que tengo memoria, en todos mis errores y en todos mis aciertos. En todas las personas que han pasado por mi vida.
Paul… ¿Al fin nos reuniremos? No puedo evitar sonreír, tu recuerdo me transporta a esos momentos donde la vida era mejor, menos complicada. Juré vengar tu muerte, me desvíe de la senda de la Luz por ello y ahora ya nada de eso importa.
A veces pienso que Vivienne Hawkins murió contigo.
Enemigos, tan sólo veo enemigos. Dejé de confiar en los demás cuando perdí a la persona que más he amado desde el principio de mi miserable existencia. ¿Todo para que?
Abro los ojos y tan sólo veo oscuridad. Sigo escuchando el eco del agua chocar contra el suelo, ese hombre volverá a comprobar que sigo con vida. Anhelo salir de esta celda, pero no tengo miedo.
¿Rylie? Me diste un empujón para vivir, y desde entonces no has parado de velar por mí. Siempre he pensado que eras una herramienta útil. Fiel y difícil de manipular, pero pensé haberlo logrado.
¿Por qué considerando que eras una herramienta no puedo evitar pensar que te he fallado?
Enemigos. Enemigos en cada diminuta parte de Azeroth.
Debo darte las gracias… Lareon. Sin duda me has cambiado. Tenerte a mí lado ha sido lo mejor que me ha pasado desde hace muchos años. Sé que ahora mismo me estarás buscando, sé que no pararás hasta lograr dar conmigo. Jamás dejaré que te ocurra nada, te defenderé por encima de todo y todos, porqué juntos estamos en esto. Sin embargo…
Mi único error fue dejar que me cambiases, me volviste débil.
Eso no volverá a ocurrir.
Enemigos, enemigos en las Tierras del Este, enemigos en Kalimdor. Enemigos en Montenor, enemigos en Valle Sombrío, enemigos por todos lados. Enemigos, enemigos, enemigos…
“Debo eliminarlos a todos.”
Vi como absolutamente todo aquello que tenía se perdía en el vacío. Ahora tengo… Tengo mi Mansión, recuperaré mis tierras… Tengo a Lareon y tengo un futuro. Por fin tengo un futuro. Aplastaré a todo el que intente derrotarnos.
Sé que esto es cosa de quienes nos quieren ver caer. Quienes quieren ver caer al Condado de Montenor. Nos vengaremos. Les haremos sufrir, recibirán dolor. Al fin recuerdo como llegué a esta celda, me dejé engañar por mi parte más humana confiando en el pueblo. Patético Vivienne, a estas alturas…
No moriré hoy. Pienso ver caer a todos mis enemigos, uno a uno. Quizás no hoy, ni tampoco mañana, pero juro que los mataré a todos y cada uno de ellos.
Llevo dias encerrada desde que me trasladaron. No sé donde estoy ni que será de mi. Pero pienso acabar con ellos.
Aunque sea lo último que haga.
Capítulo XIII. El Golpe
Relatado a través del Lord Comandante de la Guardia Dorada, Lord Váyron Ferrobravo
Tensión. La tensión que crece en las tierras altas del Condado de Montenor podría mascarse, saborearse y escupirse.
En las faldas del Cúmulo, aguarda mas de medio centenar de soldados del ejercito de Landcaster. Apostados como un recordatorio a los mineros sublevados de que la fuerza del león pardo y dorado están ante ellos.
Por el camino ascendiente y pedregoso hacia el Alto del León transcurre una caravana escoltada por un numeroso séquito, compuesto por una docena de arqueros, maestros de oficio y personajes singulares. Varias de las personas de confianza del Conde de Montenor lo acompañan, siendo dirigidos por el propio Lord Ferrobravo, que no ha cambiado un semblante serio y taciturno en días. La preocupación que es palpable en su gesto, y no es otra que el método al que tendrían que llegar para pacificar la zona. El Alto del León es conocido por su pobreza, su corta y mala calidad de vida y por los conflictivos mineros, muchos de ellos delincuentes que fueron obligados a permanecer en aquella alejada y escarpada zona. Sin embargo, cualquier cosa es mejor que derramar la sangre del pueblo.
"Esos forestales jugaron con fuego durante demasiado tiempo. Era inevitable que acabasen por agarrar el látigo que les fustiga y lo arrojasen al vacío." Fueron las palabras del comandante strómico al saber que los mineros habían asesinado a los forestales de la zona. No era ningún secreto que estos agentes habían abusado de su poder y fuerza desde los tiempos de la familia Montenor. Si solo se tratase de una revuelta ocasional, tan solo harían falta remedios ocasionales: carruajes de suministros por aquí, algunas leyes y concesiones por allá, y la revuelta se pacificará así misma. Sin embargo, las personas de mayor poder e influencia en el Condado saben que la realidad es bien distinta.
El verdadero enemigo de la Casa Landcaster apenas trata de ocultar sus movimientos. Una flor de Lys es la marca que dejan los agentes de una poderosa Casa de la Corte de Ventormenta después de atentar contra la infraestructura y súbditos del feudo. ¿Serán los Grisalba los responsables de la revolución y la violencia en el Alto del León? Muy pronto lo averiguarían.
En las faldas del Cúmulo, aguarda mas de medio centenar de soldados del ejercito de Landcaster. Apostados como un recordatorio a los mineros sublevados de que la fuerza del león pardo y dorado están ante ellos.
Por el camino ascendiente y pedregoso hacia el Alto del León transcurre una caravana escoltada por un numeroso séquito, compuesto por una docena de arqueros, maestros de oficio y personajes singulares. Varias de las personas de confianza del Conde de Montenor lo acompañan, siendo dirigidos por el propio Lord Ferrobravo, que no ha cambiado un semblante serio y taciturno en días. La preocupación que es palpable en su gesto, y no es otra que el método al que tendrían que llegar para pacificar la zona. El Alto del León es conocido por su pobreza, su corta y mala calidad de vida y por los conflictivos mineros, muchos de ellos delincuentes que fueron obligados a permanecer en aquella alejada y escarpada zona. Sin embargo, cualquier cosa es mejor que derramar la sangre del pueblo.
"Esos forestales jugaron con fuego durante demasiado tiempo. Era inevitable que acabasen por agarrar el látigo que les fustiga y lo arrojasen al vacío." Fueron las palabras del comandante strómico al saber que los mineros habían asesinado a los forestales de la zona. No era ningún secreto que estos agentes habían abusado de su poder y fuerza desde los tiempos de la familia Montenor. Si solo se tratase de una revuelta ocasional, tan solo harían falta remedios ocasionales: carruajes de suministros por aquí, algunas leyes y concesiones por allá, y la revuelta se pacificará así misma. Sin embargo, las personas de mayor poder e influencia en el Condado saben que la realidad es bien distinta.
El verdadero enemigo de la Casa Landcaster apenas trata de ocultar sus movimientos. Una flor de Lys es la marca que dejan los agentes de una poderosa Casa de la Corte de Ventormenta después de atentar contra la infraestructura y súbditos del feudo. ¿Serán los Grisalba los responsables de la revolución y la violencia en el Alto del León? Muy pronto lo averiguarían.
EL ASCENSO
Los habitantes del Alto del León habían hecho todo lo posible para frenar los movimientos de los Landcaster, siendo el primer obstáculo el río que separa la zona baja de las escaleras naturales que llevan a las primeras minas y a lo alto del Cúmulo. Tenían dos caminos disponibles, el Este y el Oeste. Lord Ferrobravo se detuvo para meditar sobre qué camino debían tomar. Váyron estuvo con anterioridad en aquella zona, por lo que sabia que en el camino este se encontrarían una resistencia feroz ante su paso, debido a que los mineros habían levantado numerosas barricadas a las que habían prendido fuego. Prefirió tomar el camino de las cuevas del oeste, desde donde era mas improbable el sufrir una emboscada.
La malograda sirvienta, Helen Smith, trato de decir su propio plan, a lo que Lord Ferrobravo se negó a oír con un rotundo: No. Por el contrario, pidió a Melthur Frostarrow, sirviente y hechicero de la Casa, que conjurase un puente de hielo lo suficientemente resistente para que pudiera atravesarlo la caravana sin peligro alguno.
La caravana de suministros y los maestros de oficio habían sido las exigencias de los oficiales rebeldes mineros, y por ende, era totalmente necesario que llegasen intactos y en buen estado.
La magia de Frostarrow volvió a manifestarse con poder, y el séquito atravesó el rio, aunque muchos de los miembros de la escolta no estaban para nada cómodos al caminar por el hielo, como fue el caso de la cazadora Khaty Cogar o el extraño discípulo de Lady Hawkins: Damien. El ascenso hacia los estrechos caminos y pasillos dentro de la montaña fue el proceso mas fácil.
La malograda sirvienta, Helen Smith, trato de decir su propio plan, a lo que Lord Ferrobravo se negó a oír con un rotundo: No. Por el contrario, pidió a Melthur Frostarrow, sirviente y hechicero de la Casa, que conjurase un puente de hielo lo suficientemente resistente para que pudiera atravesarlo la caravana sin peligro alguno.
La caravana de suministros y los maestros de oficio habían sido las exigencias de los oficiales rebeldes mineros, y por ende, era totalmente necesario que llegasen intactos y en buen estado.
La magia de Frostarrow volvió a manifestarse con poder, y el séquito atravesó el rio, aunque muchos de los miembros de la escolta no estaban para nada cómodos al caminar por el hielo, como fue el caso de la cazadora Khaty Cogar o el extraño discípulo de Lady Hawkins: Damien. El ascenso hacia los estrechos caminos y pasillos dentro de la montaña fue el proceso mas fácil.
EL NUDO DEL MIEDO
Los profundos y largos caminos de los Cúmulos hicieron que la caravana y el séquito anduviera por largo tiempo hasta encontrar un lugar desde el cual, tener una posibilidad de que los mineros aceptasen su ofrecimiento y los invitasen a parlamentar: la zona de carga y descarga de materiales y personas a través de una gigantesca grúa que accionaba una plataforma de madera que había vivido tiempos mejores.
La primera vez que cruzaron por esa zona, los rebeldes provocaron una fuerte explosión que dejo inservible la nueva mina de oro de la zona, ademas de arrojar explosivos desde los riscos superiores. Por ello, Lord Váyron, en un alarde de responsabilidad y temeridad a partes iguales, pidió el férreo escudo de Sir Dunnabar antes de ordenar a toda la caravana quedarse mucho mas atrás, en una posición segura.
Algo debió ver el séquito, porque las voces de peligro y alarma llenaron la zona justo cuando el Lord Comandante hinchaba sus pulmones para gritar con todas sus fuerzas hacia los mineros, desvelando su posición. Sin embargo, fue derribado por su propia escudera cuando los suyos creían que habían preparado explosivos y el strómico corría peligro mortal. Pero, sin embargo, no ocurrió nada. Parecía que los rebeldes aún no se habían percatado de la presencia de los leones, y Lord Ferrobravo ya estaba harto de diplomacia, poniendo en peligro su vida y la de sus propios hombres y mujeres a su cargo.
Damien y Khaty son dos jóvenes cuya valentía y destreza debe ser puesta a prueba para que puedan tener la oportunidad de forjar su propio camino. Y por ello, Váyron les ordenó que usasen su equipo de escalada para bajar por el risco en el que se encontraban, y alcanzar el puente levadizo roto que se mantenía en la pared opuesta, muy cerca de la grúa de carga.
Su cometido era simple, pero para nada sencillo. La bajada y el llegar hasta la posición del puente caído fue relativamente sencillo para los exploradores, puesto que llevaban los materiales necesarios para ello. Su escalada fue ascendiendo de desastrosa, a peligrosa. Si bien querían llegar lo mas pronto posible hasta arriba, la impaciencia les jugó una mala pasada, puesto que no aseguraron su posición en ningún momento. Los tablones podridos se partían ante su peso, haciendo que sus estómagos se encogieran por el miedo a la caída. Las manos de ambos quedaron heridas por culpa de las astillas de los tablones, y todo pareció perderse cuando Damien resbaló y cayó con toda la fuerza de la gravedad, chocando contra su camarada. Ambos se precipitaron al vacío, y solo gracias a la Luz (o a un excepcional deseo a sobrevivir) consiguieron agarrarse de los últimos tablones y cuerdas del puente, debiendo comenzar de nuevo y esta vez, de forma lenta y usando el dichoso equipo de escalada. Desde luego, el Cuerpo de Exploración no estaba preparado para hacerse valer como montañeses.
La primera vez que cruzaron por esa zona, los rebeldes provocaron una fuerte explosión que dejo inservible la nueva mina de oro de la zona, ademas de arrojar explosivos desde los riscos superiores. Por ello, Lord Váyron, en un alarde de responsabilidad y temeridad a partes iguales, pidió el férreo escudo de Sir Dunnabar antes de ordenar a toda la caravana quedarse mucho mas atrás, en una posición segura.
Algo debió ver el séquito, porque las voces de peligro y alarma llenaron la zona justo cuando el Lord Comandante hinchaba sus pulmones para gritar con todas sus fuerzas hacia los mineros, desvelando su posición. Sin embargo, fue derribado por su propia escudera cuando los suyos creían que habían preparado explosivos y el strómico corría peligro mortal. Pero, sin embargo, no ocurrió nada. Parecía que los rebeldes aún no se habían percatado de la presencia de los leones, y Lord Ferrobravo ya estaba harto de diplomacia, poniendo en peligro su vida y la de sus propios hombres y mujeres a su cargo.
Damien y Khaty son dos jóvenes cuya valentía y destreza debe ser puesta a prueba para que puedan tener la oportunidad de forjar su propio camino. Y por ello, Váyron les ordenó que usasen su equipo de escalada para bajar por el risco en el que se encontraban, y alcanzar el puente levadizo roto que se mantenía en la pared opuesta, muy cerca de la grúa de carga.
Su cometido era simple, pero para nada sencillo. La bajada y el llegar hasta la posición del puente caído fue relativamente sencillo para los exploradores, puesto que llevaban los materiales necesarios para ello. Su escalada fue ascendiendo de desastrosa, a peligrosa. Si bien querían llegar lo mas pronto posible hasta arriba, la impaciencia les jugó una mala pasada, puesto que no aseguraron su posición en ningún momento. Los tablones podridos se partían ante su peso, haciendo que sus estómagos se encogieran por el miedo a la caída. Las manos de ambos quedaron heridas por culpa de las astillas de los tablones, y todo pareció perderse cuando Damien resbaló y cayó con toda la fuerza de la gravedad, chocando contra su camarada. Ambos se precipitaron al vacío, y solo gracias a la Luz (o a un excepcional deseo a sobrevivir) consiguieron agarrarse de los últimos tablones y cuerdas del puente, debiendo comenzar de nuevo y esta vez, de forma lenta y usando el dichoso equipo de escalada. Desde luego, el Cuerpo de Exploración no estaba preparado para hacerse valer como montañeses.
NO MIRES HACIA ABAJO
Los exploradores llegaron exhaustos en lo alto del risco opuesto, pero llegaron. Su objetivo estaba claro, tenian que llegar hasta la grua que tenian cerca y activarla para poder transportar a sus camaradas. El modo de hacerlo no fue especificado por el Lord Comandante, por lo que improvisaron.
Observaron la presencia de dos centinelas a una distancia de cuarenta metros delante de ellos, guardando una puerta de madera incrustada en la roca de la montaña. La oscuridad de la noche sirvio de proteccion para los agentes Landcaster. Damian y Cogar establecieron su plan, y mientras que el primero se dirigia a la grua, la segunda disparaba con su arco a uno de los centinelas, hiriendole de gravedad (y de por vida) en la rodilla. Su compañero, alarmado, empezó a aporrear la puerta mientras su compañero agonizaba.
A Damien se le heló la sangre y se le pusieron las castas a la altura de la garganta cuando llegó hasta la grua de transporte y se percató que eran necesarias dos personas para activarla. No le quedó otra opción, tuvo que correr, porque la vida le iba en ello, para avisar a Cogar de la situación.
-¡Te necesito! ¡Hay que activar la grúa o estamos muertos!-gritó con desesperación a su camarada. Khaty tenia otra flecha preparada, y la arrojó hacia el segundo centinela que ya estaba cargando contra ellos. El proyectil impactó justo en la zona que el gorjal de malla no protegía el cuello del soldado, haciendo que este cayera con violencia contra su espalda y muriendo en medio de gorgoteos.
Ambos acudieron tan rapido como les permitieron sus pies hasta la grua, y tras un primer vistazo, empezaron a accionar las manivelas que hacian que la plataforma se separase del risco superior y empezase a moverse hacia el lugar donde el sequito aguardaba.
Sin embargo, parece que la alerta del centinela muerto dio frutos, puesto que fueron molestados por hasta dos oleadas de soldados que trataron de frenar su acción, en vano.
Damien demostró que no solamente sabia defenderse, si no que era diestro manejando su rápido y fino acero.
Los primeros en llegar fueron el Lord Comandante, junto con Melthur y su escudera Sagar. Rápidamente tomaron posiciones para defender a los dos exploradores mientras seguían maniobrando. Mientras los defendían, Helen Smith estaba siendo transportada en la plataforma. Fue mas sensata que los demás y se tumbó totalmente en la plataforma para no perder el equilibrio con tanta facilidad, o eso pensaba ella. Khaty Cogar estaba herida y exhausta, por lo que en un momento dado, fue incapaz de seguir activando su manivela, ocasionando que la plataforma diera un parón muy brusco. Para desgracia de la tenebrosa y secretista sirvienta, la plataforma dio un vuelco haciendo que su escuálido cuerpo quedase colgado del aire. Sin fuerzas ni posibilidad, se dejó caer a la oscuridad ante la mirada atónita de los demás, que la dieron por muerta en aquel preciso instante.
Observaron la presencia de dos centinelas a una distancia de cuarenta metros delante de ellos, guardando una puerta de madera incrustada en la roca de la montaña. La oscuridad de la noche sirvio de proteccion para los agentes Landcaster. Damian y Cogar establecieron su plan, y mientras que el primero se dirigia a la grua, la segunda disparaba con su arco a uno de los centinelas, hiriendole de gravedad (y de por vida) en la rodilla. Su compañero, alarmado, empezó a aporrear la puerta mientras su compañero agonizaba.
A Damien se le heló la sangre y se le pusieron las castas a la altura de la garganta cuando llegó hasta la grua de transporte y se percató que eran necesarias dos personas para activarla. No le quedó otra opción, tuvo que correr, porque la vida le iba en ello, para avisar a Cogar de la situación.
-¡Te necesito! ¡Hay que activar la grúa o estamos muertos!-gritó con desesperación a su camarada. Khaty tenia otra flecha preparada, y la arrojó hacia el segundo centinela que ya estaba cargando contra ellos. El proyectil impactó justo en la zona que el gorjal de malla no protegía el cuello del soldado, haciendo que este cayera con violencia contra su espalda y muriendo en medio de gorgoteos.
Ambos acudieron tan rapido como les permitieron sus pies hasta la grua, y tras un primer vistazo, empezaron a accionar las manivelas que hacian que la plataforma se separase del risco superior y empezase a moverse hacia el lugar donde el sequito aguardaba.
Sin embargo, parece que la alerta del centinela muerto dio frutos, puesto que fueron molestados por hasta dos oleadas de soldados que trataron de frenar su acción, en vano.
Damien demostró que no solamente sabia defenderse, si no que era diestro manejando su rápido y fino acero.
Los primeros en llegar fueron el Lord Comandante, junto con Melthur y su escudera Sagar. Rápidamente tomaron posiciones para defender a los dos exploradores mientras seguían maniobrando. Mientras los defendían, Helen Smith estaba siendo transportada en la plataforma. Fue mas sensata que los demás y se tumbó totalmente en la plataforma para no perder el equilibrio con tanta facilidad, o eso pensaba ella. Khaty Cogar estaba herida y exhausta, por lo que en un momento dado, fue incapaz de seguir activando su manivela, ocasionando que la plataforma diera un parón muy brusco. Para desgracia de la tenebrosa y secretista sirvienta, la plataforma dio un vuelco haciendo que su escuálido cuerpo quedase colgado del aire. Sin fuerzas ni posibilidad, se dejó caer a la oscuridad ante la mirada atónita de los demás, que la dieron por muerta en aquel preciso instante.
EL ESPECTRO DE LORN
No habia tiempo. Lord Váyron y Rylie se percataron de que el equipo que portaban los soldados que les habian atacado eran de una manufactura demasiado buena como para pertenecer a los mineros rebeldes. Prosiguieron por el camino en guardia hacia la puerta incrustada en la roca de la montaña, cuando de esta salió una decena de lanceros, comandados por una extraña e imponente figura: un hombre encapuchado y con atuendos de cuero teñidos de negro y gris. En ambas manos portaba espadas curvadas, posiblemente de manufactura o técnica pandaren.
-¡Cachorros de Landcaster! ¡Habéis tardado lo vuestro! ¡Deponed las armas y aceptad vuestra inevitable derrota!-exclamó el encapuchado hacia el séquito, estos, respondieron colocándose en guardia, con sus garras y colmillos listos para el combate.
-¡El alba despuntará con vuestra cabeza adornando una pica en Fauce Dorada! ¡Sagar y Damien, conmigo! ¡Cogar y Frostarrow manteneos detrás, haced caer fuego y sangre desde vuestra posición!-y así, el strómico, flanqueado por su escudera y el nuevo espadachín, mantuvieron una linea de defensa contra las tropas enemigas.
Los lanceros hicieron un semicírculo para rodear al séquito, pero cuando sus aceros tan solo eran separados por una distancia de 2 metros, Rylie Sagar tomó la iniciativa e hizo mover su mandoble, apoyado en su hombro, con una fuerza implacable contra su primer enemigo. Su pobre victima intento parar el golpe con el escudo, consiguiendo únicamente que este fuese partido por el acero, para después sentir como su brazo es amputado a la altura del antebrazo y como su hombro y costillas son perforados para morir entre agonía. Lord Ferrobravo aprovechó ese momento para adelantarse y acabar con rapidez con dos soldados, que se vieron fácilmente superados por la mejor espada del Condado. Damien se movía con rapidez y destreza, y pese a no combatir con la fiereza y honor de sus camaradas, hizo cuanto estuvo en su mano para defender los intereses de la Casa y la supervivencia de su señora, lady Hawkins.
Frostarrow hizo que su espada desprendiese llamas, y tras el primer golpe a su oponente, este empezó a arder con fuego mágico. Los demás lanceros no tardaron en observar que estaban siendo barridos por el séquito de Landcaster y empezaron a flaquear.
Únicamente su miedo hacia su señor y hacia el extraño personaje que los comandaba hacia que no tirasen las armas para seguir huyendo. En este momento, fue cuando el Espectro de Lorn tomó parte en la lucha. En primer lugar, cargó contra Lord Ferrobravo con sus dos espadas. El strómico bloqueo el golpe con su propio guantelete, y devolvió el ataque con brutalidad, golpeando el rostro del asesino con la guarda de su mandoble. Esto pareció desestabilizarse, puesto que decidió retirarse del combate contra el Comandante. Su nuevo objetivo seria Rylie, que contuvo y respondió a los ataques del Espectro con la destreza con la que se está haciendo famosa.
El asesino profesional empezó a verse superado, mientras combatia, los pocos lanceros que quedaban sabian que su vida iba a llegar pronto a su fin. El último de ellos emprendió la huida justo en el momento en el que el Espectro lanzó una especie de polvos a los ojos del a escudera y desapareció. Cogar movio con rapidez su arco y disparó al lancero en la espalda, que murió en el acto. Sin embargo, entre las sombras, aparecio el asesino, que atravesó la costilla de Melthur con su espada, dejandolo muy malherido y fuera de combate. Váyron y Rylie trataron de quitarselo de encima, pero el Espectro de Lorn era un experto en la lucha del deshonor, y cada vez que tenia ocasion, corria del combate y se ocultaba, para volver a salir y emboscar al sequito.
Su siguiente victima fue la cazadora Cogar, que sintió como su vientre era abierto por los dos filos del asesino, quedando moribunda en el suelo, en un charco de sangre. Lord Ferrobravo, totalmente iracundo, trato de poner fin a la vida del asesino, sin exito...puesto que en el ultimo instante, este lanzó una bomba de humo que hizo que todos los presentes sufrieran grandes picores en los ojos y les fuera imposible ver nada.
El Espectro de Lorn desapareció entre estas palabras:
-"Aseguraos de que vuestro hijo y vuestra esposa estan a salvo, Lord Comandante. Nunca se sabe con que sorpresa os podreis encontrar..."
Cuando el humo fue desvanecido, una figura escuálida y herida salio entre los matorrales.
Era Helen Smith, magullada, con suciedad hasta las cejas, teniendo una de ellas partidas y con un hilo de sangre corriendole por la mejilla. Estaba mojada, harapienta y herida, pero viva, milagrosamente viva.
Los supervivientes al ataque del Espectro y los lanceros trataron de taponar y realizar primeros auxilios con Khaty y Melthur, que estaban realmente graves, para que pudieran soportar el viaje de vuelta al campamento militar.
Mientras tanto, Lord Váyron atravesaba la puerta incrustada en la montaña.
Cinco hombres. Cinco hombres maniatados y arrojados en el suelo lleno de excremento de murciélago. Al principio, cuatro voces empezaron a increpar a Lord Ferrobravo, hasta que vieron el blasón en su pecho.
Solo quedaban cuatro hombres vivos, puesto que el quinto estaba tirado boca abajo, dejando un espeso charco de sangre allá donde reposa su cara. Los demás han sufrido un intenso interrogatorio, que fue interrumpido por culpa del séquito y su llegada.
Eran los mineros mas reputados e influyentes de la zona. Entre quejidos y dolor, admitieron ser los que promulgaron la rebeldía entre sus compañeros, pero dejaron claro que ellos querían parlamentar. Fue una mano negra, la que provocó que esas negociaciones fueran a acabar en una trampa mortal, ideada por los tres Espectros de Lorn.
-¡Cachorros de Landcaster! ¡Habéis tardado lo vuestro! ¡Deponed las armas y aceptad vuestra inevitable derrota!-exclamó el encapuchado hacia el séquito, estos, respondieron colocándose en guardia, con sus garras y colmillos listos para el combate.
-¡El alba despuntará con vuestra cabeza adornando una pica en Fauce Dorada! ¡Sagar y Damien, conmigo! ¡Cogar y Frostarrow manteneos detrás, haced caer fuego y sangre desde vuestra posición!-y así, el strómico, flanqueado por su escudera y el nuevo espadachín, mantuvieron una linea de defensa contra las tropas enemigas.
Los lanceros hicieron un semicírculo para rodear al séquito, pero cuando sus aceros tan solo eran separados por una distancia de 2 metros, Rylie Sagar tomó la iniciativa e hizo mover su mandoble, apoyado en su hombro, con una fuerza implacable contra su primer enemigo. Su pobre victima intento parar el golpe con el escudo, consiguiendo únicamente que este fuese partido por el acero, para después sentir como su brazo es amputado a la altura del antebrazo y como su hombro y costillas son perforados para morir entre agonía. Lord Ferrobravo aprovechó ese momento para adelantarse y acabar con rapidez con dos soldados, que se vieron fácilmente superados por la mejor espada del Condado. Damien se movía con rapidez y destreza, y pese a no combatir con la fiereza y honor de sus camaradas, hizo cuanto estuvo en su mano para defender los intereses de la Casa y la supervivencia de su señora, lady Hawkins.
Frostarrow hizo que su espada desprendiese llamas, y tras el primer golpe a su oponente, este empezó a arder con fuego mágico. Los demás lanceros no tardaron en observar que estaban siendo barridos por el séquito de Landcaster y empezaron a flaquear.
Únicamente su miedo hacia su señor y hacia el extraño personaje que los comandaba hacia que no tirasen las armas para seguir huyendo. En este momento, fue cuando el Espectro de Lorn tomó parte en la lucha. En primer lugar, cargó contra Lord Ferrobravo con sus dos espadas. El strómico bloqueo el golpe con su propio guantelete, y devolvió el ataque con brutalidad, golpeando el rostro del asesino con la guarda de su mandoble. Esto pareció desestabilizarse, puesto que decidió retirarse del combate contra el Comandante. Su nuevo objetivo seria Rylie, que contuvo y respondió a los ataques del Espectro con la destreza con la que se está haciendo famosa.
El asesino profesional empezó a verse superado, mientras combatia, los pocos lanceros que quedaban sabian que su vida iba a llegar pronto a su fin. El último de ellos emprendió la huida justo en el momento en el que el Espectro lanzó una especie de polvos a los ojos del a escudera y desapareció. Cogar movio con rapidez su arco y disparó al lancero en la espalda, que murió en el acto. Sin embargo, entre las sombras, aparecio el asesino, que atravesó la costilla de Melthur con su espada, dejandolo muy malherido y fuera de combate. Váyron y Rylie trataron de quitarselo de encima, pero el Espectro de Lorn era un experto en la lucha del deshonor, y cada vez que tenia ocasion, corria del combate y se ocultaba, para volver a salir y emboscar al sequito.
Su siguiente victima fue la cazadora Cogar, que sintió como su vientre era abierto por los dos filos del asesino, quedando moribunda en el suelo, en un charco de sangre. Lord Ferrobravo, totalmente iracundo, trato de poner fin a la vida del asesino, sin exito...puesto que en el ultimo instante, este lanzó una bomba de humo que hizo que todos los presentes sufrieran grandes picores en los ojos y les fuera imposible ver nada.
El Espectro de Lorn desapareció entre estas palabras:
-"Aseguraos de que vuestro hijo y vuestra esposa estan a salvo, Lord Comandante. Nunca se sabe con que sorpresa os podreis encontrar..."
Cuando el humo fue desvanecido, una figura escuálida y herida salio entre los matorrales.
Era Helen Smith, magullada, con suciedad hasta las cejas, teniendo una de ellas partidas y con un hilo de sangre corriendole por la mejilla. Estaba mojada, harapienta y herida, pero viva, milagrosamente viva.
Los supervivientes al ataque del Espectro y los lanceros trataron de taponar y realizar primeros auxilios con Khaty y Melthur, que estaban realmente graves, para que pudieran soportar el viaje de vuelta al campamento militar.
Mientras tanto, Lord Váyron atravesaba la puerta incrustada en la montaña.
Cinco hombres. Cinco hombres maniatados y arrojados en el suelo lleno de excremento de murciélago. Al principio, cuatro voces empezaron a increpar a Lord Ferrobravo, hasta que vieron el blasón en su pecho.
Solo quedaban cuatro hombres vivos, puesto que el quinto estaba tirado boca abajo, dejando un espeso charco de sangre allá donde reposa su cara. Los demás han sufrido un intenso interrogatorio, que fue interrumpido por culpa del séquito y su llegada.
Eran los mineros mas reputados e influyentes de la zona. Entre quejidos y dolor, admitieron ser los que promulgaron la rebeldía entre sus compañeros, pero dejaron claro que ellos querían parlamentar. Fue una mano negra, la que provocó que esas negociaciones fueran a acabar en una trampa mortal, ideada por los tres Espectros de Lorn.
Los hechos consiguientes a tales acontecimientos se han perdido en los anales de la historia.
Capítulo final. Que la Luz nos ampare
Relatado por Enthelion
La humedad calaba hasta los huesos. Hacía ya varias horas que el sol se había puesto, pero el cambio de estación aún no había hecho acto de presencia y las noches seguían tornándose frías y desagradables. El silencio tan sólo se rompía ante las acompasadas gotas que caían desde algunos tejadillos; si bien ya no llovía, el agua había sido la indiscutible protagonista de la tarde. Los empedrados callejones traían, de vez en cuando, lejanos ecos del único edificio con vida en aquella parte de Elwynn, lo que parecía ser una taberna. Las voces ociosas de los hombres eran lo único que molestaba a la quietud de la zona, al crepitar del silencio.
Pasos. Dos hombres emergieron de la densa niebla, con los brazos cruzados sobre sus estómagos para protegerse del gélido ambiente. Encapuchados, encorvados y tiritones, se dirigían hacia el viejo caserío lo más rápido que sus entumecidas articulaciones les permitían.
–Nunca había oído hablar de este sitio –dijo el más alto, mientras el vaho se escapaba por su boca.
–Mi señor, ésa era la idea, ¿no? –respondió el otro.
Pasos. Dos hombres emergieron de la densa niebla, con los brazos cruzados sobre sus estómagos para protegerse del gélido ambiente. Encapuchados, encorvados y tiritones, se dirigían hacia el viejo caserío lo más rápido que sus entumecidas articulaciones les permitían.
–Nunca había oído hablar de este sitio –dijo el más alto, mientras el vaho se escapaba por su boca.
–Mi señor, ésa era la idea, ¿no? –respondió el otro.
Ambos llegaron hasta la puerta, sin pronunciar ni una sola palabra más. Estaba entornada, casi cerrada. Por la rendija salía algo de luz, que se tornaba nebulosa y enigmática al mezclarse con el humo de los parroquianos fumadores.
El hombre más alto empujó levemente la puerta y ésta se abrió con un molesto chirriar, dejando ver lo que había más allá. El lugar era lúgubre, estaba mal iluminado y la suciedad se acumulaba por el suelo sin demasiados reparos. Ambos hombres entraron, con las miradas de todos los presentes clavadas en ellos, sin ningún disimulo.
A media distancia entre la entrada y la barra se encontraba una mesa con tres hombres, jugando a los dados con la compañía de unas cuantas jarras de cerveza. Fornidos y bravucones, habían dejado de soltar improperios para observar a los recién llegados. El camarero, por su parte, les miraba desde detrás de la barra mientras limpiaba una jarra con un paño poco idóneo para tal menester, pues tenía toda la pinta de haber sido -antaño- de color blanco, color que distaba mucho del que tenía en aquel momento. Dicha jarra tenía como destinatario una quinta figura, al otro lado de la barra, que esperaba paciente por su bebida mientras miraba de reojo a los nuevos clientes de la taberna.
Se quitaron las capuchas, frotándose los brazos mientras disfrutaban del cambio de temperatura ambiental. Al parecer, tardaron pocos segundos en dejar de ser una novedad, los mismos segundos que tardaron los tres jugadores en perder el interés y en volver a sus dados, a su cerveza y a su tabaco; a lo suyo. El camarero tampoco hizo ademán de saludar, pero el hombre sito al otro lado de la barra sí que realizó un leve asentimiento hacia ellos.
Los viajeros se limitaron a acudir junto a él. El hombre de cierta envergadura se trataba, ni más ni menos, que de Frederick el Bienhecho, el mayordomo principal de Lord Theras Grisalba. Su apodo se transfirió de generación en generación, pues tanto su padre como su abuelo habían servido ya como mayordomos en dicha Casa. Poco prudente sería tomarse la palabra «mayordomo» al pie de la letra, pues su conocimiento sobre la Casa Grisalba y su influencia sobre el cabeza de familia era casi equiparable al del otrora Mano de Lord Theras.
Sea como fuere, Frederick caminaba primero, seguido por su acompañante. Se situaron al lado del muchacho de la barra, que apenas sobrepasaría los tres lustros de edad, y aprovecharon para pedir dos tazas de caldo. Una vez que el camarero se fue a calentar lo más parecido a una comida que habían podido disfrutar aquel día, el joven que les había estado esperando sobre la barra abrió la boca.
–¿Quién diablos es ése, Fred? –preguntó, en voz baja.
–Mi nuevo sirviente. Es de confianza –respondió, sosegado, el mayordomo.
–¿Y Robert? –repreguntó.
–Murió al caer del caballo hace dos meses…, una verdadera tragedia. Un mes antes cogió a éste como aprendiz –hizo un ademán hacia su acompañante–, le enseñó lo que pudo y me vi en la obligación de aceptarlo; una cuestión de deferencia hacia Robert. Me sirvió durante muchos años, y lo hizo realmente bien. Si éste tan sólo lograse ser una décima parte de lo que Robert fue…
–¿Qué coño está pasando? –interrumpió el muchacho, claramente intranquilo y dejando de lado las explicaciones de su interlocutor.
–Anoche nos atacaron en el campamento de la guardia. Creo que somos los únicos que salieron con vida de allí –respondió Frederick, bajando ahora él también la voz.
–Joder..., ¿bandidos?
–En un principio creímos que sí, aunque su forma de actuar distaba mucho de lo que habíamos visto hasta ahora. Tras las últimas noticias… –hizo una pausa y miró fijamente al muchacho– no creemos que hayan sido bandidos, Jaime. Los bandidos no pican tan alto.
–¿Có…?, ¿cómo ha podido suceder? –interpeló el muchacho.
–Tenemos una rata. Nadie sabía dónde se establecería el campamento, salvo los mismos guardias y yo… ni siquiera Lord Theras –Frederick cogió aire antes de continuar–. Y mucho más en secreto guardábamos la agenda del Lord tras los últimos acontecimientos… ni siquiera su familia postiza imaginaba que acudiría al funeral.
–¿Qué? ¿Qué fune…? –el muchacho calló al percatarse de la llegada del camarero, el cual dejó los dos tazones con caldo.
De repente, se oyó un ligero crepitar, casi placentero para los oídos. Jaime, Frederick y su acompañante se giraron. Un hombre había dado una calada a su pipa, pero tan sólo el sonido del tabaco al consumirse y la luz que desprendía ésta ante la intensa calada habían dado aviso de su presencia. Su mesa se situaba bajo una escalera y, debido a la pobre y mal pensada disposición de las luces de la taberna, la sombra era casi absoluta. Ello, sumado al mutismo más absoluto de su ocupante, suponía que pasase totalmente desapercibido.
Habiéndose percatado ya de la existencia de una octava presencia, bajaron un poco más la voz.
–¿Qué funeral? –preguntó finalmente el muchacho.
Frederick le dio un trago al caldo, aprovechando el calor que desprendía el recipiente para calentarse las manos. Inspiró y se dispuso a contestar.
–Sir Laurence, el tío segundo de Lady Grisalba –hizo un parón para llevarse la mano al pecho, en homenaje a Lady Grisalba, fallecida años atrás– murió hace unos días. El funeral iba a ser ayer y el Lord había acordado visitar a su confesor de siempre la noche antes de la ceremonia. Tan sólo lo sabíamos Lord Theras, su confesor y un servidor.
Jaime, el muchacho, bajó la cabeza y negó varias veces antes de alzar la mirada de nuevo.
–No entiendo nada –sentenció–. ¿Cómo podían saber dónde estaría la guardia acampada?, ¿cómo podían conocer dónde se encontraba el Lord? Si saben todo eso, ¿no sabrán también sobre mi existencia?
–Podría ser –afirmó Frederick–, por eso estamos aquí. Hemos de ponerte a salvo. Has de sucederle, aunque no hayas alcanzado la mayoría de edad. No es sólo un derecho que emana de tu sangre, muchacho, sino tu obligación.
–No puedo gobernar. No aún, al menos –interrumpió el joven.
–Yo actuaré como regente. Pero sin ti, toda la legitimidad desaparece. Sólo tú puedes dar continuidad a esto, sólo tú puedes sostener a la Casa tal y como la conocemos, Jaime. Te ayudaré. Te ayudaremos –decía Frederick en tono conciliador, amable, con la clara intención de persuadir al muchacho.
Éste suspiró, intentando calmar su agitada respiración.
–¿Cómo lograsteis salir con vida? –preguntó, intentando reconducir la conversación a algo menos traumático.
–Atacaron las tiendas de madrugada –comenzó a explicar Frederick–. Los que estaban de guardia habían sido degollados ya cuando empezaron a clavar lanzas sobre las lonas. A mí me despertó Tom –hizo un ademán hacia su acompañante, aprovechando para presentarle–. Eso, y la suerte de que nuestra tienda fue de las pocas, quizá la única, en no ser atacada con lanzas y virotes, es lo que nos ha permitido llegar hasta aquí…
–Por la Luz. Estáis vivos de milagro –resumió Jaime.
–Fue algo fuera de lo normal –añadió Frederick–. Agarraban a los heridos de las piernas y los sacaban de las tiendas para apuñalarlos. Y eso tan sólo es lo que nosotros vimos durante los pocos segundos que presenciamos la escena.
Jaime, apoyó los codos sobre la barra y, sin mirar al acompañante de Frederick, le preguntó:
–Tom, ¿no?
–Así es, señor –respondió el acompañante, aún tiritando.
–¿Sabéis luchar?
–No, señor. Tan sólo servir –dijo, con cierta pena en sus palabras.
–Sois un héroe, aún así. Salvasteis a Frederick, y quizá gracias a ello también me hayáis salvado a mí–Jaime se incorporó para mirar de nuevo a Tom, sonriéndole tristemente.
–Tom es un buen chico y aprende rápido. Algo torpe en las formas, pero me ayuda con las tareas como buenamente puede –añadió Frederick.
El mayordomo, claramente cansado, apretó las manos alrededor de su tazón de caldo, sintiendo de nuevo el placentero calor que de éste radiaba. Se lo llevó a los labios y comenzó a inclinarlo para beber de él, pero de repente paró y bajó el tazón. Entrecerró levemente los ojos, perdiendo la mirada en el suelo. Un par de segundos después, se giró lentamente hacia Tom.
Tom le devolvió la mirada. Los ojos del aprendiz siempre habían delatado humildad y algo de ignorancia, y en aquel momento no iba a ser diferente… al menos en un principio. La mirada del mayordomo se hacía cada vez más inquisitiva, y eso provocó un cambio en el rostro de Tom. Éste también entrecerró los ojos y tan sólo le bastó un segundo para esbozar una sonrisa algo perturbadora. Ambos conectaron.
–Tú… –intentó decir Frederick, aunque se le quebró la voz.
El hombre más alto empujó levemente la puerta y ésta se abrió con un molesto chirriar, dejando ver lo que había más allá. El lugar era lúgubre, estaba mal iluminado y la suciedad se acumulaba por el suelo sin demasiados reparos. Ambos hombres entraron, con las miradas de todos los presentes clavadas en ellos, sin ningún disimulo.
A media distancia entre la entrada y la barra se encontraba una mesa con tres hombres, jugando a los dados con la compañía de unas cuantas jarras de cerveza. Fornidos y bravucones, habían dejado de soltar improperios para observar a los recién llegados. El camarero, por su parte, les miraba desde detrás de la barra mientras limpiaba una jarra con un paño poco idóneo para tal menester, pues tenía toda la pinta de haber sido -antaño- de color blanco, color que distaba mucho del que tenía en aquel momento. Dicha jarra tenía como destinatario una quinta figura, al otro lado de la barra, que esperaba paciente por su bebida mientras miraba de reojo a los nuevos clientes de la taberna.
Se quitaron las capuchas, frotándose los brazos mientras disfrutaban del cambio de temperatura ambiental. Al parecer, tardaron pocos segundos en dejar de ser una novedad, los mismos segundos que tardaron los tres jugadores en perder el interés y en volver a sus dados, a su cerveza y a su tabaco; a lo suyo. El camarero tampoco hizo ademán de saludar, pero el hombre sito al otro lado de la barra sí que realizó un leve asentimiento hacia ellos.
Los viajeros se limitaron a acudir junto a él. El hombre de cierta envergadura se trataba, ni más ni menos, que de Frederick el Bienhecho, el mayordomo principal de Lord Theras Grisalba. Su apodo se transfirió de generación en generación, pues tanto su padre como su abuelo habían servido ya como mayordomos en dicha Casa. Poco prudente sería tomarse la palabra «mayordomo» al pie de la letra, pues su conocimiento sobre la Casa Grisalba y su influencia sobre el cabeza de familia era casi equiparable al del otrora Mano de Lord Theras.
Sea como fuere, Frederick caminaba primero, seguido por su acompañante. Se situaron al lado del muchacho de la barra, que apenas sobrepasaría los tres lustros de edad, y aprovecharon para pedir dos tazas de caldo. Una vez que el camarero se fue a calentar lo más parecido a una comida que habían podido disfrutar aquel día, el joven que les había estado esperando sobre la barra abrió la boca.
–¿Quién diablos es ése, Fred? –preguntó, en voz baja.
–Mi nuevo sirviente. Es de confianza –respondió, sosegado, el mayordomo.
–¿Y Robert? –repreguntó.
–Murió al caer del caballo hace dos meses…, una verdadera tragedia. Un mes antes cogió a éste como aprendiz –hizo un ademán hacia su acompañante–, le enseñó lo que pudo y me vi en la obligación de aceptarlo; una cuestión de deferencia hacia Robert. Me sirvió durante muchos años, y lo hizo realmente bien. Si éste tan sólo lograse ser una décima parte de lo que Robert fue…
–¿Qué coño está pasando? –interrumpió el muchacho, claramente intranquilo y dejando de lado las explicaciones de su interlocutor.
–Anoche nos atacaron en el campamento de la guardia. Creo que somos los únicos que salieron con vida de allí –respondió Frederick, bajando ahora él también la voz.
–Joder..., ¿bandidos?
–En un principio creímos que sí, aunque su forma de actuar distaba mucho de lo que habíamos visto hasta ahora. Tras las últimas noticias… –hizo una pausa y miró fijamente al muchacho– no creemos que hayan sido bandidos, Jaime. Los bandidos no pican tan alto.
–¿Có…?, ¿cómo ha podido suceder? –interpeló el muchacho.
–Tenemos una rata. Nadie sabía dónde se establecería el campamento, salvo los mismos guardias y yo… ni siquiera Lord Theras –Frederick cogió aire antes de continuar–. Y mucho más en secreto guardábamos la agenda del Lord tras los últimos acontecimientos… ni siquiera su familia postiza imaginaba que acudiría al funeral.
–¿Qué? ¿Qué fune…? –el muchacho calló al percatarse de la llegada del camarero, el cual dejó los dos tazones con caldo.
De repente, se oyó un ligero crepitar, casi placentero para los oídos. Jaime, Frederick y su acompañante se giraron. Un hombre había dado una calada a su pipa, pero tan sólo el sonido del tabaco al consumirse y la luz que desprendía ésta ante la intensa calada habían dado aviso de su presencia. Su mesa se situaba bajo una escalera y, debido a la pobre y mal pensada disposición de las luces de la taberna, la sombra era casi absoluta. Ello, sumado al mutismo más absoluto de su ocupante, suponía que pasase totalmente desapercibido.
Habiéndose percatado ya de la existencia de una octava presencia, bajaron un poco más la voz.
–¿Qué funeral? –preguntó finalmente el muchacho.
Frederick le dio un trago al caldo, aprovechando el calor que desprendía el recipiente para calentarse las manos. Inspiró y se dispuso a contestar.
–Sir Laurence, el tío segundo de Lady Grisalba –hizo un parón para llevarse la mano al pecho, en homenaje a Lady Grisalba, fallecida años atrás– murió hace unos días. El funeral iba a ser ayer y el Lord había acordado visitar a su confesor de siempre la noche antes de la ceremonia. Tan sólo lo sabíamos Lord Theras, su confesor y un servidor.
Jaime, el muchacho, bajó la cabeza y negó varias veces antes de alzar la mirada de nuevo.
–No entiendo nada –sentenció–. ¿Cómo podían saber dónde estaría la guardia acampada?, ¿cómo podían conocer dónde se encontraba el Lord? Si saben todo eso, ¿no sabrán también sobre mi existencia?
–Podría ser –afirmó Frederick–, por eso estamos aquí. Hemos de ponerte a salvo. Has de sucederle, aunque no hayas alcanzado la mayoría de edad. No es sólo un derecho que emana de tu sangre, muchacho, sino tu obligación.
–No puedo gobernar. No aún, al menos –interrumpió el joven.
–Yo actuaré como regente. Pero sin ti, toda la legitimidad desaparece. Sólo tú puedes dar continuidad a esto, sólo tú puedes sostener a la Casa tal y como la conocemos, Jaime. Te ayudaré. Te ayudaremos –decía Frederick en tono conciliador, amable, con la clara intención de persuadir al muchacho.
Éste suspiró, intentando calmar su agitada respiración.
–¿Cómo lograsteis salir con vida? –preguntó, intentando reconducir la conversación a algo menos traumático.
–Atacaron las tiendas de madrugada –comenzó a explicar Frederick–. Los que estaban de guardia habían sido degollados ya cuando empezaron a clavar lanzas sobre las lonas. A mí me despertó Tom –hizo un ademán hacia su acompañante, aprovechando para presentarle–. Eso, y la suerte de que nuestra tienda fue de las pocas, quizá la única, en no ser atacada con lanzas y virotes, es lo que nos ha permitido llegar hasta aquí…
–Por la Luz. Estáis vivos de milagro –resumió Jaime.
–Fue algo fuera de lo normal –añadió Frederick–. Agarraban a los heridos de las piernas y los sacaban de las tiendas para apuñalarlos. Y eso tan sólo es lo que nosotros vimos durante los pocos segundos que presenciamos la escena.
Jaime, apoyó los codos sobre la barra y, sin mirar al acompañante de Frederick, le preguntó:
–Tom, ¿no?
–Así es, señor –respondió el acompañante, aún tiritando.
–¿Sabéis luchar?
–No, señor. Tan sólo servir –dijo, con cierta pena en sus palabras.
–Sois un héroe, aún así. Salvasteis a Frederick, y quizá gracias a ello también me hayáis salvado a mí–Jaime se incorporó para mirar de nuevo a Tom, sonriéndole tristemente.
–Tom es un buen chico y aprende rápido. Algo torpe en las formas, pero me ayuda con las tareas como buenamente puede –añadió Frederick.
El mayordomo, claramente cansado, apretó las manos alrededor de su tazón de caldo, sintiendo de nuevo el placentero calor que de éste radiaba. Se lo llevó a los labios y comenzó a inclinarlo para beber de él, pero de repente paró y bajó el tazón. Entrecerró levemente los ojos, perdiendo la mirada en el suelo. Un par de segundos después, se giró lentamente hacia Tom.
Tom le devolvió la mirada. Los ojos del aprendiz siempre habían delatado humildad y algo de ignorancia, y en aquel momento no iba a ser diferente… al menos en un principio. La mirada del mayordomo se hacía cada vez más inquisitiva, y eso provocó un cambio en el rostro de Tom. Éste también entrecerró los ojos y tan sólo le bastó un segundo para esbozar una sonrisa algo perturbadora. Ambos conectaron.
–Tú… –intentó decir Frederick, aunque se le quebró la voz.
Tom dio un paso hacia atrás. Al momento, los tres hombres de la mesa miraron la escena, guardando un sepulcral silencio.
–Te empeñaste en escoger la tienda más al norte, aún a sabiendas de que haría más frío –musitó Frederick–. Te he estado enseñando a cómo registrar y organizar las actividades del Lord… viste su maldita agenda miles de veces… –la voz del mayordomo comenzó a temblar y su mandíbula se cuadraba cada vez más, producto de la fuerza que estaba ejerciendo con la misma–. ¡Hijo de mil putas! –terminó por gritar.
Tom se apresuró a caminar hacia la mesa del centro de la taberna. Los tres hombres se levantaron de sopetón y formaron una línea entre el escurridizo hombre, Frederick y Jaime.
–Apartaos, esto no va con vosotros –exhortó el mayordomo.
–¿Es que no habéis entendido nada, Frederick el Crédulo? –preguntó Tom, pronunciando con sorna el nuevo título que le había impuesto–. ¿Creéis acaso, Frederick el Crédulo, que el bueno de Robert cayó del jodido caballo?, ¿creéis que esto son meras casualidades, Frederick el Ingenuo?
En ese momento, el rostro del mayordomo empalideció. Miró a los hombres y luego a Jaime, y se dio cuenta de quién tenía las de perder. Jaime, por su parte, estaba procesando toda la información, sin comprender aún qué estaba sucediendo.
–¿Por qué? –musitó, carente de fuerzas, Frederick.
Una voz emergió desde el hueco de la escalera:
–¿Qué otra alternativa teníamos, mi señor? –a su intervención le siguió una nueva calada. Mientras duró ésta, se pudieron apreciar un par de cejas castañas, tirando a rubias.
El misterioso interlocutor se levantó. Cogió una silla por el respaldo y comenzó a arrastrarla hacia el centro de la escena. Sus pasos eran lentos y despreocupados, aunque decididos. Comenzó a hablar durante su trayecto.
–Es extraño que los rumores aún no se hayan difundido tras lo que ha sucedido. ¿Por qué os habéis preocupado tanto porque la calma inundase el Reino? –preguntó el hombre.
–...os conozco. Vi vuestro rostro una vez. ¿Por qué hacéis esto? No… no tiene sentido. No necesitáis leones a vuestras espaldas…, con…, con nosotros, con nosotros estaríais mejor –tartamudeó–. Tenemos más poder, más influencia, más oro, más homb…
Jaime, que había vuelto en sí poco tiempo atrás y creía haber atado los cabos suficientes, espetó:
–Yo os juro, y firmo lo que sea para así demostrarlo, que tenéis mi palabra de que no sólo no habrá consecuencias, sino de que os daré todo lo que me pid…
–Cállate, hijo –interrumpió el hombre, con tono paternal. Terminó de colocar su silla y se sentó en ella, al revés, con el respaldo mirando hacia sus interlocutores y las piernas abiertas.
–No necesitáis a los leones –repitió Frederick, intentando convencerle–. No son nada hoy en día: un león viejo y famélico en pos de algo que rascar. Se rodea de casas menores, de nula importancia, que creen que le dan más poder pero lo único que hacen es rodearlo como buitres, esperando el momento de sacar tajada. Eso es lo que hacen todos.
–¿Habéis oído hablar del mutualismo? –preguntó el hombre de la pipa, el cual aprovechó para darle otra calada.
–No sé a lo que os ref… –comenzó a responder el mayordomo.
–Imaginaos un animal de gran tamaño… un rinoceronte, por ejemplo. Desconozco si alguna vez habéis visto alguno –interrumpió las palabras de Frederick, dando una nueva calada tras ello–. La cuestión es que hay unas aves que se posan sobre ellos y se alimentan de los insectos que amenazan con provocarles multitud de infecciones.
–Creo que… –musitó de nuevo, siguió sin poder terminar la frase.
–Pues bien, el rinoceronte en este caso ya os podéis imaginar quién es. Tiene fuerza para aplastaros, sin ninguna duda –continúa, con tono cuasi jovial y sin duda fingido–. Y si no tiene la suficiente fuerza, utilizará el cuerno. Apuesto a que sabéis a quién me refiero.
–Pero escuchadme, os lo ruego… vos no sois un león, lo sabéis, vos…
–Claro que no lo soy. Yo soy un ave, muy señor mío. Me poso encima de esa bestia y me protege de los males mayores. Pero están las liendres, y ahí no llega rinoceronte alguno. Yo me como las liendres y todos aquellos parásitos que podrían matarlo sin que tuviese la mínima oportunidad de defenderse.
–He entendido la referencia, milord, pero…
–Y vos, muy señor mío… –hizo una pausa y le miró a los ojos–. Vos sois la liendre.
Nada más terminar la frase, el camarero estiró ambos brazos y rodeó, en apenas un segundo, el cuello del mayordomo con una especie de cordel. Jaime, sin palabras, miraba atónito la escena. Frederick buscaba su salvación con sus propias manos, pataleando y dejando patente su poca forma física.
Pasó un tiempo. El pataleo cada vez era más lento y lamentable. Lo último en cesar fue el movimiento de brazos, aunque el camarero aún siguió unos segundos más. Cuando llegó la calma, éste dejó caer el cuerpo al suelo. Nadie había pronunciado ni una sola palabra durante el proceso, ni nadie se había movido.
El hombre de la silla se levantó y se colocó a un metro del muchacho, el cual le miraba totalmente traumatizado por la situación. Sus ojos resplandecían, su labio vibraba y sus dientes tintineaban, presa del pánico y la confusión.
Miró durante unos segundos al joven, con la pipa en la mano izquierda. Su rostro era serio, habiendo borrado todo rastro del cinismo utilizado con el mayordomo. El camarero desapareció de la escena bajo la barra mientras el hombre se llevaba la mano derecha tras la espalda.
–Que la Luz nos ampare, hijo –concluyó, con cierta lástima en la mirada.
Un estruendo resonó en toda la taberna y en los alrededores, provocando la desbandada de los pájaros asentados en las cercanías.
[...]
Tras la muerte del mayordomo, comenzó a correr de boca en boca la noticia de lo que le había sucedido a Lord Theras días antes: había sido asesinado en una capilla familiar, a manos de quién sabe quién. Su confesor había sido encontrado, también muerto, en la sacristía. Ningún indicio o sospecha hubo sobre los autores de tales crímenes, pues la gran cantidad de enemigos cosechados por la Casa Grisalba en estos años hacían de la averiguación de los culpables una tarea un tanto heroica.
Aunque nada se dijo en la versión oficial, la cual tan sólo enunciaba los sincronizados ataques a la Casa Grisalba, se extendieron rumores según los cuales Lord Theras Grisalba fue encontrado colgando por un tobillo de la lámpara de la capilla, con ambos ojos apuñalados.
La gran mayoría de los aliados de la Casa Grisalba comenzaron a darle la espalda tras la muerte del cabeza de familia. Además, la ausencia de herederos legítimos supuso la entrada de la Casa en una espiral de luchas internas por el poder, que terminaría, a todas luces, en una inusitada decadencia…
–Te empeñaste en escoger la tienda más al norte, aún a sabiendas de que haría más frío –musitó Frederick–. Te he estado enseñando a cómo registrar y organizar las actividades del Lord… viste su maldita agenda miles de veces… –la voz del mayordomo comenzó a temblar y su mandíbula se cuadraba cada vez más, producto de la fuerza que estaba ejerciendo con la misma–. ¡Hijo de mil putas! –terminó por gritar.
Tom se apresuró a caminar hacia la mesa del centro de la taberna. Los tres hombres se levantaron de sopetón y formaron una línea entre el escurridizo hombre, Frederick y Jaime.
–Apartaos, esto no va con vosotros –exhortó el mayordomo.
–¿Es que no habéis entendido nada, Frederick el Crédulo? –preguntó Tom, pronunciando con sorna el nuevo título que le había impuesto–. ¿Creéis acaso, Frederick el Crédulo, que el bueno de Robert cayó del jodido caballo?, ¿creéis que esto son meras casualidades, Frederick el Ingenuo?
En ese momento, el rostro del mayordomo empalideció. Miró a los hombres y luego a Jaime, y se dio cuenta de quién tenía las de perder. Jaime, por su parte, estaba procesando toda la información, sin comprender aún qué estaba sucediendo.
–¿Por qué? –musitó, carente de fuerzas, Frederick.
Una voz emergió desde el hueco de la escalera:
–¿Qué otra alternativa teníamos, mi señor? –a su intervención le siguió una nueva calada. Mientras duró ésta, se pudieron apreciar un par de cejas castañas, tirando a rubias.
El misterioso interlocutor se levantó. Cogió una silla por el respaldo y comenzó a arrastrarla hacia el centro de la escena. Sus pasos eran lentos y despreocupados, aunque decididos. Comenzó a hablar durante su trayecto.
–Es extraño que los rumores aún no se hayan difundido tras lo que ha sucedido. ¿Por qué os habéis preocupado tanto porque la calma inundase el Reino? –preguntó el hombre.
–...os conozco. Vi vuestro rostro una vez. ¿Por qué hacéis esto? No… no tiene sentido. No necesitáis leones a vuestras espaldas…, con…, con nosotros, con nosotros estaríais mejor –tartamudeó–. Tenemos más poder, más influencia, más oro, más homb…
Jaime, que había vuelto en sí poco tiempo atrás y creía haber atado los cabos suficientes, espetó:
–Yo os juro, y firmo lo que sea para así demostrarlo, que tenéis mi palabra de que no sólo no habrá consecuencias, sino de que os daré todo lo que me pid…
–Cállate, hijo –interrumpió el hombre, con tono paternal. Terminó de colocar su silla y se sentó en ella, al revés, con el respaldo mirando hacia sus interlocutores y las piernas abiertas.
–No necesitáis a los leones –repitió Frederick, intentando convencerle–. No son nada hoy en día: un león viejo y famélico en pos de algo que rascar. Se rodea de casas menores, de nula importancia, que creen que le dan más poder pero lo único que hacen es rodearlo como buitres, esperando el momento de sacar tajada. Eso es lo que hacen todos.
–¿Habéis oído hablar del mutualismo? –preguntó el hombre de la pipa, el cual aprovechó para darle otra calada.
–No sé a lo que os ref… –comenzó a responder el mayordomo.
–Imaginaos un animal de gran tamaño… un rinoceronte, por ejemplo. Desconozco si alguna vez habéis visto alguno –interrumpió las palabras de Frederick, dando una nueva calada tras ello–. La cuestión es que hay unas aves que se posan sobre ellos y se alimentan de los insectos que amenazan con provocarles multitud de infecciones.
–Creo que… –musitó de nuevo, siguió sin poder terminar la frase.
–Pues bien, el rinoceronte en este caso ya os podéis imaginar quién es. Tiene fuerza para aplastaros, sin ninguna duda –continúa, con tono cuasi jovial y sin duda fingido–. Y si no tiene la suficiente fuerza, utilizará el cuerno. Apuesto a que sabéis a quién me refiero.
–Pero escuchadme, os lo ruego… vos no sois un león, lo sabéis, vos…
–Claro que no lo soy. Yo soy un ave, muy señor mío. Me poso encima de esa bestia y me protege de los males mayores. Pero están las liendres, y ahí no llega rinoceronte alguno. Yo me como las liendres y todos aquellos parásitos que podrían matarlo sin que tuviese la mínima oportunidad de defenderse.
–He entendido la referencia, milord, pero…
–Y vos, muy señor mío… –hizo una pausa y le miró a los ojos–. Vos sois la liendre.
Nada más terminar la frase, el camarero estiró ambos brazos y rodeó, en apenas un segundo, el cuello del mayordomo con una especie de cordel. Jaime, sin palabras, miraba atónito la escena. Frederick buscaba su salvación con sus propias manos, pataleando y dejando patente su poca forma física.
Pasó un tiempo. El pataleo cada vez era más lento y lamentable. Lo último en cesar fue el movimiento de brazos, aunque el camarero aún siguió unos segundos más. Cuando llegó la calma, éste dejó caer el cuerpo al suelo. Nadie había pronunciado ni una sola palabra durante el proceso, ni nadie se había movido.
El hombre de la silla se levantó y se colocó a un metro del muchacho, el cual le miraba totalmente traumatizado por la situación. Sus ojos resplandecían, su labio vibraba y sus dientes tintineaban, presa del pánico y la confusión.
Miró durante unos segundos al joven, con la pipa en la mano izquierda. Su rostro era serio, habiendo borrado todo rastro del cinismo utilizado con el mayordomo. El camarero desapareció de la escena bajo la barra mientras el hombre se llevaba la mano derecha tras la espalda.
–Que la Luz nos ampare, hijo –concluyó, con cierta lástima en la mirada.
Un estruendo resonó en toda la taberna y en los alrededores, provocando la desbandada de los pájaros asentados en las cercanías.
[...]
Tras la muerte del mayordomo, comenzó a correr de boca en boca la noticia de lo que le había sucedido a Lord Theras días antes: había sido asesinado en una capilla familiar, a manos de quién sabe quién. Su confesor había sido encontrado, también muerto, en la sacristía. Ningún indicio o sospecha hubo sobre los autores de tales crímenes, pues la gran cantidad de enemigos cosechados por la Casa Grisalba en estos años hacían de la averiguación de los culpables una tarea un tanto heroica.
Aunque nada se dijo en la versión oficial, la cual tan sólo enunciaba los sincronizados ataques a la Casa Grisalba, se extendieron rumores según los cuales Lord Theras Grisalba fue encontrado colgando por un tobillo de la lámpara de la capilla, con ambos ojos apuñalados.
La gran mayoría de los aliados de la Casa Grisalba comenzaron a darle la espalda tras la muerte del cabeza de familia. Además, la ausencia de herederos legítimos supuso la entrada de la Casa en una espiral de luchas internas por el poder, que terminaría, a todas luces, en una inusitada decadencia…
Epílogo
Relatado por Adkins
–Mi señor. Las damas ya no cantan esta noche –dijo el criado, postrado en la penumbra del salón.
Y el señor no respondió. Asintió, aún con la pluma en la mano, y echó al joven con su indiferencia. Terminó de escribir unas últimas líneas y seguidamente levantó el papiro. Lo contempló en silencio como quien contempla un paisaje; majestuoso e inspirador.
Un jinete embozado salió galopando de la fortaleza, siendo aún de noche. La fina lluvia de mayo le arroparía el trayecto. A toda prisa, se perdió en la densa espesura del bosque. Su furtiva marcha nocturna daría de qué hablar a varias parejas de guardias, que perseguían su débil punto de luz temblorosa con la mirada, desde las almenas.
Ventormenta amaneció con un jinete de embozo empapado entrando por el Barrio de los Mercaderes. La luz del nuevo día aún era azulada, como de ensueño. El sol seguía escondido y las nubes, ni densas ni livianas, se hacían más presentes, recuerdo de la llovizna nocturna.
El hombre se desvió por un estrecho callejón que apenas permitía el paso de su robusto corcel, y pronto se detuvo ante un gran portón de madera y hierro. Lo golpeó dos veces con fuerza, habiendo desmontado, y la mirilla se abrió tras los barrotes. Una mujer madura, aún somnolienta, observaba con sus oscuros ojos al jinete. El servicio ya se había levantado.
–Vengo a entregar una carta al señor de esta casa. –Dijo bajo su capucha.
–¿No podía usted dignarse a esperar hasta la mañana? –Espetó con mal genio. Aun así, no esperaba una respuesta satisfactoria. Le hizo un gesto con la mano para que pasara el documento a través de la rejilla.
Y así lo hizo el jinete. Levantó sus brazos y de la capa sacó un estuche cilíndrico forrado en cuero marrón. Algo repicaba en su interior.
–Con cuidado. –Susurró el jinete, mientras le ofrecía la vaina a la ama de llaves a través de la rendija de los barrotes. –Entregádselo cuanto antes.
–Bien. Así se hará. ¿De parte de quién, caballero?
Y antes de que la mujer pudiera terminar la frase, el jinete montó y desapareció de su vista. El portón se abrió, y la ama de llaves intentó de nuevo obtener tal información.
–¿Oiga? ¡¿Oiga?! ¡Vuelva!
[...]
–Aquí tiene el desayuno, milord. ¿Desea que le traiga la correspondencia?
–¿Correspondencia? ¿Ya?
–Ha llegado con la primera luz del día. El hombre no ha querido decir de parte de quién venía. Se ha largado, sin más. –Y tras decir tales palabras, la mujer hizo un gesto a su joven ayudante para que trajera la cápsula forrada en cuero. Se la dejaron al lado de la copiosa bandeja, donde no faltaban ni el vino, ni los dulces, ni el tabaco.
El señor se levantó de la cama. Aún en camisote, cogió la vaina y la observó. Muchas dudas asolaban su fría y calculadora cabeza. Retorció su tapa y avistó el documento perfectamente enrollado introducido en ella. Cuando inclinó el cilindro para sacar la carta, un pequeño vial salió precipitado de su interior. El recipiente, de cristal verde y sellado con un discreto tapón de corcho, rebotó encima de la mesa y cayó en la densa alfombra de pieles.
–¿Pero qué…? –Inundado por la duda, el señor abrió la carta, sin perder de vista el vial.
Y el señor no respondió. Asintió, aún con la pluma en la mano, y echó al joven con su indiferencia. Terminó de escribir unas últimas líneas y seguidamente levantó el papiro. Lo contempló en silencio como quien contempla un paisaje; majestuoso e inspirador.
Un jinete embozado salió galopando de la fortaleza, siendo aún de noche. La fina lluvia de mayo le arroparía el trayecto. A toda prisa, se perdió en la densa espesura del bosque. Su furtiva marcha nocturna daría de qué hablar a varias parejas de guardias, que perseguían su débil punto de luz temblorosa con la mirada, desde las almenas.
Ventormenta amaneció con un jinete de embozo empapado entrando por el Barrio de los Mercaderes. La luz del nuevo día aún era azulada, como de ensueño. El sol seguía escondido y las nubes, ni densas ni livianas, se hacían más presentes, recuerdo de la llovizna nocturna.
El hombre se desvió por un estrecho callejón que apenas permitía el paso de su robusto corcel, y pronto se detuvo ante un gran portón de madera y hierro. Lo golpeó dos veces con fuerza, habiendo desmontado, y la mirilla se abrió tras los barrotes. Una mujer madura, aún somnolienta, observaba con sus oscuros ojos al jinete. El servicio ya se había levantado.
–Vengo a entregar una carta al señor de esta casa. –Dijo bajo su capucha.
–¿No podía usted dignarse a esperar hasta la mañana? –Espetó con mal genio. Aun así, no esperaba una respuesta satisfactoria. Le hizo un gesto con la mano para que pasara el documento a través de la rejilla.
Y así lo hizo el jinete. Levantó sus brazos y de la capa sacó un estuche cilíndrico forrado en cuero marrón. Algo repicaba en su interior.
–Con cuidado. –Susurró el jinete, mientras le ofrecía la vaina a la ama de llaves a través de la rendija de los barrotes. –Entregádselo cuanto antes.
–Bien. Así se hará. ¿De parte de quién, caballero?
Y antes de que la mujer pudiera terminar la frase, el jinete montó y desapareció de su vista. El portón se abrió, y la ama de llaves intentó de nuevo obtener tal información.
–¿Oiga? ¡¿Oiga?! ¡Vuelva!
[...]
–Aquí tiene el desayuno, milord. ¿Desea que le traiga la correspondencia?
–¿Correspondencia? ¿Ya?
–Ha llegado con la primera luz del día. El hombre no ha querido decir de parte de quién venía. Se ha largado, sin más. –Y tras decir tales palabras, la mujer hizo un gesto a su joven ayudante para que trajera la cápsula forrada en cuero. Se la dejaron al lado de la copiosa bandeja, donde no faltaban ni el vino, ni los dulces, ni el tabaco.
El señor se levantó de la cama. Aún en camisote, cogió la vaina y la observó. Muchas dudas asolaban su fría y calculadora cabeza. Retorció su tapa y avistó el documento perfectamente enrollado introducido en ella. Cuando inclinó el cilindro para sacar la carta, un pequeño vial salió precipitado de su interior. El recipiente, de cristal verde y sellado con un discreto tapón de corcho, rebotó encima de la mesa y cayó en la densa alfombra de pieles.
–¿Pero qué…? –Inundado por la duda, el señor abrió la carta, sin perder de vista el vial.
A la atención de Sir Simon Northmann,
Corren tiempos difíciles para la nobleza. Lord Theras Grisalba y toda su familia acaban de morir asesinados en extrañas circunstancias. Su Casa dará grotescos bandazos durante un tiempo, hasta que se desangre del todo.
Hoy quiero contaros vuestra historia, Sir Simon. Pero primero, tendréis que entender de dónde venís. No deseo confundiros. Procuraré ser breve.
Lord Theras Grisalba fue un hombre de honor. Lo fue antes de llegar al Reino de Ventormenta. Como buen caballero, persiguió unos ideales firmes, pero eso no duró mucho. La Tercera Guerra le enloqueció. Refugiado en Ventormenta, utilizó su estatus y su conexión con las compañías de comercio marítimas para ascender en la frágil escala de poder de nuestro amado Reino. Mientras lo hacía, su rencor hacia el reinado de la Casa de Wrynn crecía. Una idea se había implantado en su cabeza; Lordaeron dio refugió a Ventormenta durante los tiempos difíciles. Lordaeron participó de la reconquista del Sur. ¿Y la Casa de Wrynn, qué estaba haciendo para el pueblo lordanés? Ante la incapacidad de la Corona de recuperar su tierra, decidió cometer un grave error. Planificó en secreto ataques al corazón del Reino de Ventormenta bajo el falso estandarte renegado para debilitar la Corona y movilizar la opinión del pueblo. Quería conseguir desviar los recursos de todo el Reino hacia la reconquista de su amada tierra… Un ideal digno, y entendible, pero sin duda lo llevó a cabo con métodos indignos. Se corrompió, y las manzanas podridas enseguida transmiten la podredumbre al resto.
La Compañía Comercial del Mar del Norte fue utilizada como escudo por Lord Theras. Ellos le ofrecían los barcos y él inmunidad y grandes beneficios a través de la Corte. Con sus permisos de armamento reunió un pequeño ejército mercenario y lo armó con material de la guerra de Rasganorte, cedido ahora a la CCMN para las peligrosas extracciones de alquitrán en el continente helado.
Y no olvidéis su pequeña joya. Un puerto natural escondido al sur de Ventormenta a través del que gestionaba la entrada de mercenarios. Pronto necesitó desviar todo su armamento a aquél recóndito lugar cuando el Condado de Montenor despertó de su letargo. Cuando las cosas empezaron a salirle mal, acusó a la CCMN y se limpió las manos. Un buen truco para desviar la atención de su Casa, mientras le ayudabais a recopilar material renegado a través de vuestras rutas comerciales de norte a sur. ¿Dónde iba todo ese material? Sí. Al Valle de los Últimos Hombres, el puerto natural de Grisalba, el valle que integra también el Condado de Montenor.
Cuando iniciamos nuestra búsqueda, Lord Theras nos lo puso difícil. Borró de todos los registros cualquier indicio de la existencia del valle. Pero empezamos a serle una amenaza. Tarde o temprano nos percataríamos de su presencia, de su actividad, de sus pretensiones. Y así lo hicimos, no sin antes enfrentarnos a su burda tapadera; la Casa Windsmill. No eran más que sus mercenarios, preparándose para algo mucho mayor.
Lord Theras llegó a ser una amenaza realmente peligrosa. Su posición en la Corte le facilitó mucho el trabajo. Lamentablemente, aquí acaba su historia... Y la vuestra. He de reconocer que fue un gran jugador, y entiendo que decidierais seguirle. En ocasiones creí que podríais llegar a acabar con nosotros.
Pero no ha sido así.
Tras meses de trabajo, tenemos suficiente documentación como para demostrar todo lo que os acabo de contar. Y por supuesto, os hemos podido relacionar con él. Pero ni al Reino de Ventormenta, ni a la Corona, ni a mí, ni a vos, nos interesa que todo esto salga a la luz.
Creo en las segundas oportunidades, Sir Simon. Tenéis en las manos la opción de salvar la memoria de vuestra Casa. Dejad que los que os siguen lo hagan mejor que vos, pues toda una Casa no debe pagar por los errores de su Señor. Pensad en vuestra familia.
No lo hagáis difícil.
Corren tiempos difíciles para la nobleza. Lord Theras Grisalba y toda su familia acaban de morir asesinados en extrañas circunstancias. Su Casa dará grotescos bandazos durante un tiempo, hasta que se desangre del todo.
Hoy quiero contaros vuestra historia, Sir Simon. Pero primero, tendréis que entender de dónde venís. No deseo confundiros. Procuraré ser breve.
Lord Theras Grisalba fue un hombre de honor. Lo fue antes de llegar al Reino de Ventormenta. Como buen caballero, persiguió unos ideales firmes, pero eso no duró mucho. La Tercera Guerra le enloqueció. Refugiado en Ventormenta, utilizó su estatus y su conexión con las compañías de comercio marítimas para ascender en la frágil escala de poder de nuestro amado Reino. Mientras lo hacía, su rencor hacia el reinado de la Casa de Wrynn crecía. Una idea se había implantado en su cabeza; Lordaeron dio refugió a Ventormenta durante los tiempos difíciles. Lordaeron participó de la reconquista del Sur. ¿Y la Casa de Wrynn, qué estaba haciendo para el pueblo lordanés? Ante la incapacidad de la Corona de recuperar su tierra, decidió cometer un grave error. Planificó en secreto ataques al corazón del Reino de Ventormenta bajo el falso estandarte renegado para debilitar la Corona y movilizar la opinión del pueblo. Quería conseguir desviar los recursos de todo el Reino hacia la reconquista de su amada tierra… Un ideal digno, y entendible, pero sin duda lo llevó a cabo con métodos indignos. Se corrompió, y las manzanas podridas enseguida transmiten la podredumbre al resto.
La Compañía Comercial del Mar del Norte fue utilizada como escudo por Lord Theras. Ellos le ofrecían los barcos y él inmunidad y grandes beneficios a través de la Corte. Con sus permisos de armamento reunió un pequeño ejército mercenario y lo armó con material de la guerra de Rasganorte, cedido ahora a la CCMN para las peligrosas extracciones de alquitrán en el continente helado.
Y no olvidéis su pequeña joya. Un puerto natural escondido al sur de Ventormenta a través del que gestionaba la entrada de mercenarios. Pronto necesitó desviar todo su armamento a aquél recóndito lugar cuando el Condado de Montenor despertó de su letargo. Cuando las cosas empezaron a salirle mal, acusó a la CCMN y se limpió las manos. Un buen truco para desviar la atención de su Casa, mientras le ayudabais a recopilar material renegado a través de vuestras rutas comerciales de norte a sur. ¿Dónde iba todo ese material? Sí. Al Valle de los Últimos Hombres, el puerto natural de Grisalba, el valle que integra también el Condado de Montenor.
Cuando iniciamos nuestra búsqueda, Lord Theras nos lo puso difícil. Borró de todos los registros cualquier indicio de la existencia del valle. Pero empezamos a serle una amenaza. Tarde o temprano nos percataríamos de su presencia, de su actividad, de sus pretensiones. Y así lo hicimos, no sin antes enfrentarnos a su burda tapadera; la Casa Windsmill. No eran más que sus mercenarios, preparándose para algo mucho mayor.
Lord Theras llegó a ser una amenaza realmente peligrosa. Su posición en la Corte le facilitó mucho el trabajo. Lamentablemente, aquí acaba su historia... Y la vuestra. He de reconocer que fue un gran jugador, y entiendo que decidierais seguirle. En ocasiones creí que podríais llegar a acabar con nosotros.
Pero no ha sido así.
Tras meses de trabajo, tenemos suficiente documentación como para demostrar todo lo que os acabo de contar. Y por supuesto, os hemos podido relacionar con él. Pero ni al Reino de Ventormenta, ni a la Corona, ni a mí, ni a vos, nos interesa que todo esto salga a la luz.
Creo en las segundas oportunidades, Sir Simon. Tenéis en las manos la opción de salvar la memoria de vuestra Casa. Dejad que los que os siguen lo hagan mejor que vos, pues toda una Casa no debe pagar por los errores de su Señor. Pensad en vuestra familia.
No lo hagáis difícil.
Sir Simon observó el vial en el suelo. Sus manos temblaban como hojas. Con la mirada perdida, prendió la carta con la llama de una de las muchas velas de la sala. Dejó que las cenizas se esparcieran por encima del desayuno. Abrió el gran armario de ropajes y eligió su mejor prenda. De igual manera lo hizo con sus leotardos y sus botines, su cinturón y su sombrero de ala ancha. Recogió el vial del suelo, vertió su contenido en la que iba a ser su primera copa de vino del día, y se la bebió, con una lentitud inusual.
–Que la Luz me ampare.
–Que la Luz me ampare.